Tropicana… De un viaje a Cuba (X)

EXPRESO - 29.01.2012

Manolo Bustabad Rapa, periodista

La llegada nocturna al Tropicana tiene el misterioso atractivo de una incursión en la jungla. Hasta que el taxi se acerca a su puerta, no descubrimos aquellas titilantes luces de colores en la espesura…

La llegada nocturna a Tropicana tiene el misterioso atractivo de una incursión en la jungla. Hasta que el taxi se acerca a su puerta, no descubrimos aquellas titilantes luces de colores realzando más, si cabe, los viejos árboles en la espesura.
 
No es sólo una metáfora. En nuestro recorrido, a través de frondosas y amplias zonas verdes, a un lado y otro del río Almendares, teníamos ya la impresión de abandonar la ciudad, cuando de pronto, allí entre las Alturas de Belén, aparecen los rótulos de bienvenida del famoso cabaret.
Habíamos recorrido unos ocho kilómetros desde la Habana Vieja.
La Ballerina de Rita Longa, que dizque cambió de peana varias veces, ahora nos recibe, cual augur de noche mágica, cautivadora y fotogénica, en medio de la fuente que hay en la entrada de carruajes. Es la esbelta figura de una bailarina de danza clásica que la escultora concibió y asentó allí el último día del año 1949.
Justo enfrente, tras un largo mostrador, una recepcionista remolonea tratando de rentabilizar nuestra reserva, so pretexto de posicionarnos mejor, sin pudor de sus compañeros inmediatos, ni rubor ante nuestra indiferencia, en la seguridad de que ya contábamos con una de las mejores mesas, porque así era realmente.
Nos esperaba también la cena, que no pasa de discreta, con un servicio rapidísimo para no interferir con la inminente función.
Después… media luz, ron con Tucola en abundancia, mucho humo de Vuelta Abajo y arranca el show.
‘Único, espectacular, derroche de arte, explosión de color…’ Con tantos calificativos tópicos y pomposos, amén de merecidos, que acompañan siempre a todo comentario sobre esta representación, nos consideramos eximidos de la correspondiente apología, aunque confirmamos su esplendor.
Nos ha impactado la gigantesca presentación, llena de sorpresas, con un escenario múltiple e indescriptible, que se articula entre los árboles, con tantos planos como ramas y con los artistas descendiendo desde las copas hasta el suelo.
De pronto, cuando parece que ya no cabe un alfiler, a nuestra izquierda, en un plano perpendicular a la escena principal, los focos que se encienden nos descubren un nuevo decorado con dos niveles plenos de vegetación y de danzarinas que revolotean sin cesar.
Y en cada mutis parecen desvanecerse todos entre el ramaje y las tinieblas. Así un montaje y otro, sucediéndose sin parar hasta el apoteósico fin de fiesta. Es entonces cuando todos se desparraman fuera del estrado, nos arrastran al baile entre las mesas, derrochando sonrisas y encanto, y nos ponen en primer plano sus plumas y sus primorosos y artísticos maquillajes.
Sin percatarnos llega el fin del espectáculo, que no de la velada, ya que el baile continúa hasta altas horas. El taxi espera, puntual, y nos parece buena hora de retirada. A pesar de los tópicos, mereció la pena.
 
     
 
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