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Póvoa de Varzim, un secreto al norte de Portugal
EXPRESO - 10.02.2008
Texto: Federico Ruiz de Andrés
Texto: Federico Ruiz de Andrés. Fotografías: Ana Bustabad Alonso
Irma Campos llegó a la ciudad hace ahora cuarenta años. Desde entonces, la urbe ha crecido y ha sabido desprenderse, no sin lamentos, de una cierta vertiente pesquera. Multitud de ‘lanchas poveiras' podían verse faenar hasta hace poco en las cercanías del puerto. En la actualidad, Póvoa de Varzim es una ciudad sorprendente, y no sólo por lo que es capaz de ofrecer al visitante, sino porque no es lo suficientemente conocida como destino internacional.
Aunque el mar siga siendo un foco de atracción importante, se ha pasado de que éste sea el medio de vida de gran parte de su población a que Póvoa viva, en buena medida, también de mar, pero más en concreto de sus doradas playas. Y es que el turismo llegó. Un turismo fundamentalmente portugués, pero al que con el paso del tiempo se han ido incorporando muchas otras nacionalidades.
Cerraron varias conserveras ubicadas, sobre todo, en el tramo que une a Póvoa con la limítrofe Vila do Conde, pero abrieron iniciativas hosteleras diversas y la playa; cuando el tiempo lo permite, rebosa de gente y vida.
Nuestra contertulia deja claro que así se siente Póvoa de Varzim. Ella no nació aquí, pero su residencia en la ciudad desde 1968, la faculta para ser considerada como ‘poveira'.
En la vertiente histórica, nos dice Irma que se tiene constancia de la existencia de pobladores hace más de 4.000 años. Los primeros vestigios históricos de interés coinciden con la presencia del imperio romano en la zona. Transcurren los años y el enclave era la tierra de Varazim; un desconocido señor que en tiempos más desconocidos aún le diera su nombre.
Es ‘Villa' portuguesa ya en el año de 953. Y a comienzos del siglo XIV, en 1308, el rey Dinis de Portugal encomendó la creación de Póvoa. Desde ese momento, la localidad ha sabido ofrecer a su población los frutos de la tierra y del mar.
Su régimen foral se lo debe a Don Manuel I en 1514. Pero Póvoa no es un lugar de monumentos. Aún así, para Joao Costa, un singular cicerone que nos acompaña por la ciudad, Povoa sí tiene enseñas que mostrar: la iglesia de San Pedro de Rates, que Costa nos define como ‘uno de los mejores románicos portugueses', el acueducto de Santa Clara construido con 999 arcos a comienzos del siglo XVIII o la fortaleza de Nuestra Señora de la Concepción.
Costa comenta que a finales del siglo XVII se edificó una antigua fortaleza, el ‘Forte do Terrao', para evitar o amendrentar a los corsarios que atemorizaban la localidad.
El fuerte que contemplamos data de comienzos del XVIII y sirve ahora para aoger las dependencias de la Brigada Fiscal da Guardia Nacional Republicana. La traza es enforma de pentágono y está formado por cuatro baluartes ligados por cortinas de murallas.
Costa afirma que se puede visitar con algunas restricciones. Y el fuerte es protagonista de la vida de Póvoa en la noche del 7 al 8 de diciembre, cuando sus muros son recorridos por la procesión de Nuestra Señora de la Concepción.
Póvoa es ahora un enclave turístico, de eso no hay duda alguna. Se trata de una ciudad de servicios que, en la costa, dista unos 18 kilómetros del aeropuerto de Oporto.
Más de 65.000 habitantes radican en ella según el último censo; una población que en los meses de verano se multiplica, dada la proximidad de la ciudad de Oporto. ‘Más de cien mil almas' asegura Joao Costa que llegan aquí en verano.
Póvoa de Varzim no dispone de una gran planta hotelera; apenas radican en ella un hotel de cuatro estrellas y otro de tres. Ambos de la cadena francesa Accor, Mercure y Novotel, que sustentan el monopolio de las estancias de mayor poder adquisitivo.
La ciudad se articula en paralelo a la estela del frente de mar. Se alinea a él.
Seguimos nuestro paseo ciudadano, en esta ocasión acompañados por Félix Sousa, un natural de la ciudad que la ama en profundidad; una característica que hemos constatado por doquier en la urbe.
Sousa nos muestra la vitalidad de un barrio, de una larga calle y entorno peatonal que vive la riqueza de un comercio contemporáneo. Hablamos de la calle Junqueira, de la plaza de Almada, de la avenida Mouzinho de Albuquerque.
Sousa nos asegura que la calle de Junqueira ya tenía su vitalidad característica en el siglo XVIII. Fue toda una experiencia que hace 52 años ya decidieran peatonalizarla. Zapaterías, establecimientos de moda, joyerías o pastelerías confieren a la calle un especial encanto que muestra su viveza en determinadas horas del día o de la noche. En otras, la sensación de soledad se hace patente.
Llegamos a la plaza de Almada. Allí, el edificio del ayuntamiento, que dicen sugiere la estructura arquitectónica y ornamental de la factoría británica de Oporto. En la actualidad aparece decorado con azulejos exteriores.
Según nuestro contertulio tenemos que destacar las fiestas de Póvoa, siendo el día de San Pedro el auténtico protagonista de esta actividad lúdica.
El santo pescador se festeja el 29 de junio. La víspera, en la noche, todo Póvoa se reúne para festejar al santo, decorando los barrios, bailando, encendiendo las famosas fogueiras. Una sana competencia entre los barrios llevan a pujar por cuál de ellos engalana mejor el ‘trono de San Pedro'.
La Asunción, el 15 de agosto, también es festejeda en la ciudad. Ese día, frente al puerto, múltiples barcos engalanados para la ocasión celebran una procesión aderezada por cientos de cohetes.
Pero para Félix Sousa, un espectáculo que no hemos de perdernos es la romería de Nuestra Señora de la Salud. Se celebra el último domingo del mes de mayo, recorriendo los siete kilómetros que distan la Iglesia Matriz de Póvoa con la capilla que da nombre a la procesión, ubicada en el Monte de San Félix; una atalaya en la sierra de Rates a más de 200 metros de altitud; en donde se ubica un interesante Estalagem que goza de una estupenda vista panorámica.
Nos cuenta Sousa que San Félix era pescador y que enardecido y humillado porque día a día regresaba a puerto con las redes vacías, decidió convertirse en eremita en estos pagos de la sierra.
Volvemos a la urbe. En paralelo a sus largas y anchas playas se extiende la ciudad moderna. Playa al norte, en la zona deportiva con piscinas, estadio de fútbol, club de tenis, plaza de toros, un cúmulo de edificios contemporáneos de más de diez alturas se suceden, hasta llegar justo a los límites de las parroquias de Estela y A Ver o Mar.
Allí regresa el paisaje de viviendas tradicionales de una o dos alturas; de espaldas al mar, pero hoy en día volcadas a él. Todo sin olvidar lo rico de la huerta que en estos pagos adquiere especial protagonismo pues son sus productos una fuente inagotable de alegría y vitamina para los naturales de la zona.
Dicen que los agricultores excavaron las dunas llegando a las proximidades del nivel freático, permitiendo un nivel de humedad constante durante el año. A la vez construyeron setos que protegen de los vientos marinos. Humedad y temperatura favorecen la cosecha.
Santo André, en Aver-o-Mar, es zona de playa. Pero también de capilla que, en honor del santo, nos advierte que ‘quien no ha pisado Santo André en vida, lo hará una vez muerto'.
Playa de arena gruesa, ventosa, difícil pero mágica. Junto a ella, un establecimiento hotelero de esos que no te olvidas: el estalagem Santo André; sencillo pero con un diseño racionalista de vanguardia que vive hoy cierta decadencia con encanto. Y su ubicación, a pie de playa, no tiene precio.
De vuelta a Póvoa y para remediar el hambre nos brindan, como fórmula rápida y entusiasmadora, las francesinhas, los cachorros y las tostas mistas que reconcilian nuestro desnutrido estómago con el paseo, no sin antes degustar el afamado y envidiado café portugués.
Pero en la mesa, nada mejor que los llamados sabores poveiros. José Brenha, un portugués muy explícito, antaño dedicado a la maestría de la cocina en la Alfama de su Lisboa natal, nos confirma la condición ‘casera' de los platos de la zona.
Los Sabores Poveiros son ya una institución gastronómica en el Portugal actual. Se confirma con un sabor por mes durante todo el año; sin olvidar los platos más tradicionales, los menos convencionales pero más unidos a la ciudad; los que se relacionan con el calendario como las fiestas. Se trata, en definitiva, de ‘descubrir cómo resulta el buen vivir de la zona' afirma Brenha.
Cabe destacarse aquí que hemos de ser precavidos con las tarjetas de crédito, no por la mala fe de los restauradores, sino porque la mayor parte de ellos no la aceptan como medio de pago si ésta no fue expedida por un ‘banco nacional'. Brenha afirma que esto obedece a largos pleitos entre el sector y la principal multinacional de las tarjetas de crédito.
Los menús que diversos restaurantes de la ciudad ofrecen pretenden transmitir los sabores tradionales que viven influidos por la cercanía del mar; la pescadilla al estilo poveira, la clásica sardina asada, el influjo del cercano Miño como los Rojões o las patatas de Sarrabulho, o los pececitos Fritos con arroz malandro.
Alrededor de 40 restaurantes de la comarca participan en la campaña. Las guías nos inducen a probar lo que el restaurante Bodegao ofrece. Integrante de esta campaña de ‘sabores poveiros', el local merece la pena.
Ubicado en la rua Paulo Barreto, fuimos capaces de degustar sus arroces presentados en una combinación con pato. La comanda dejó huella con precio correcto, más el comportamiento con el cliente distó mucho de ser el adecuado.
Su personal, empeñado en emplatarnos viandas no solicitadas y un temperamento agitado y distante, frío y ninguneador nos hicieron lamentar no volver al vecino restaurante Albano que, aunque más modesto en apariencia y también más cercano con sus clientes nos viene ofertando, durante años, una cocina casera mucho más asequible y agradable.
Albano es fácil de localizar al ubicarse justo en frente del Posto de Turismo que ocupa, en la actualidad, un torreón del antiguo mercado poveiro.
También, en la rúa Gomes Amorim, que discurre en paralelo a la costa norte, merece la pena el sabor del pollo a la leña en un macro-restaurante local que despunta por el afable trato y buen servicio; Casa dos frangos.
Nuestro amigo, José Brenha, reside ahora en Oporto, y la ‘capital del norte' le espera. Disfrutando de su jubilación, Brenha ha de regresar a su casa en donde María aguarda la encomienda del Pao de Ló que le ha encargado de la Pastelaria Ribamar.
Ya le comentó María que ‘debía volver temprano y que se mantuviera alejado de las instalaciones del Casino, porque esta ciudad también deja que al azar te guiñe un ojo'.
El Casino se ubica frente al puerto, en un edificio de corte clásico e inspiración francesa que abriera sus puertas en 1934.
José toma el metro; sí, el ferrocarril metropolitano de Oporto que en apenas tres cuartos de hora liga, con su linea vermelha, Povoa con la estación del Dragao. Menos de dos horas separa, pues, a la trabajadora Porto de Povoa de Varzim; un acicate reciente en el tiempo pero que le da a Povoa buenas perspectivas de futuro.
El metropolitano aprovechó el espacio dejado por los ferrocarriles portugueses, la CP, que, en franca retirada está cerrando líneas por doquier, empeñados en potenciar ‘intercitis' que conectan las poblaciones más esplendorosas y pujantes del país y olvidando, por ende, muchas de las comunicaciones que entretejían su red portuguesa.
El metro de Oporto merece la pena; bien servido, innovador, automatizado... ‘La vida en movimiento', como se deja llamar por la última campaña publicitaria. Una buena opción que nos acerca a disfrutar de esa Póvoa marinera hoy engalanada y dispuesta a recibir un turismo especial que busca de alternativas y nuevos rumbos. Ese mismo metro también sabe enlazar con el aeropuerto de Sa Carneiro en la gran Oporto; con lo que Povoa, ‘el Atlántico llave en mano' sigue ahí al lado.
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26.09.2013 - 19:36
Gracias por hacer conocida mi ciudad!