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Atravesando sin prisas el Guadiana
EXPRESO - 23.03.2008
Texto: Ana Bustabad Alonso
Texto: Ana Bustabad Alonso. Fotografías: Federico Ruiz de Andrés.
Un ferry cruza cada 30 minutos la desembocadura del Guadiana desde el sur de España hacia Portugal. De Ayamonte a Vila Real de Santo Antonio.
En pocos minutos y por pocos euros, un coche con su conductor atraviesa limpiamente la enorme inmensidad de agua hasta la otra orilla. Hoy el barco sólo lleva un pequeño Peugeot 206 de rojo brillante, que parece mirar orgulloso desde cubierta a unos pocos pasajeros.
Pero no siempre ha sido así. Lo que actualmente supone una alternativa romántica al puente de la autovía que se levanta al fondo era, hasta 1991, la única opción de los andaluces para cruzar al país vecino.
Plácido Gómez Romero, un hombre amable y curtido por el sol inevitable de estas tierras, recuerda con añoranza la historia de esta línea en la que lleva invertidos 29 años de su vida.
‘Hace 50 años sólo había barquitos pequeños de algunos propietarios para cruzar el río y, como esto causaba disputas, decidieron organizarse en una cooperativa. Comenzaron con tres o cuatro barcos no muy grandes, y poco a poco fueron comprando otros mejores. Se convirtió en un muy buen negocio. Cada día pasaban miles de viajeros y vehículos'.
‘Cuando inauguraron el puente de la autovía, en el 91, éramos 19 personas trabajando en la empresa y había tres barcos y otros tres del lado portugués. De repente, el negocio cayó, y tras unos meses de negociación con el ayuntamiento para conseguir una subvención, los propietarios de la empresa decidieron dejarlo. Entonces, cinco empleados decidimos echar para delante, y les compramos un barco para continuar. Así nació lo que hoy es Transporte fluvial del Guadiana'.
Hoy el negocio va bien, ‘aunque trabajamos 12 horas diarias cada uno', apostilla Plácido. A pesar del esfuerzo, a este ayamontino le sobra alegría y se nota en sus palabras lo orgulloso que se siente. ‘Aunque parezca increíble, en aquel verano del 91 hubo días en que las colas de vehículos llegaron hasta Lepe'.
Veinte kilómetros al oeste, famoso por sus fresas y sus chistes, Lepe es un pueblo luminoso de gentes acogedoras que se articula en torno a una plaza coqueta y una carretera que lleva a La Antilla, su playa.
La Antilla ha de ser, necesariamente, la primera parada en el recorrido. Un pueblecito que nació con casitas pequeñas en el mismo borde de la arena y que mantiene la paz ante una playa inmensa. En su pequeño paseo marítimo hay varias terrazas donde sirven puntillitas y coquinas que quitan el sentío.
En el mismo paseo, el hotel Lepe Mar. Modesto, y aún más si se tiene en cuenta un comedor de trote y la mala orientación de sus habitaciones. Sin embargo, todo termina olvidándose cuando se baja directamente a la arena inmensa de la playa de La Antilla. De hecho, esto basta por sí solo para convertirlo inmediatamente en un hotel con encanto donde merece la pena despertar.
La costa de Huelva despierta al bullicio el primer día de julio. Las casitas de la playa, que el resto del año parecen dormidas en la arena, se cotizan entonces a varios miles de euros al mes. Por eso, la mejor época para recorrer la costa ‘choquera' es justo antes, con el buen tiempo asegurado por los días más largos de año y la tranquilidad deliciosa de sus calles.
Por supuesto, la costa de Huelva esconde mil lugares que visitar desde Lepe a Ayamonte. La nueva Islantilla, Isla Canela o Isla Cristina. Por no hablar del este de la provincia; de Mazagón, de Palos, de Moguer... Ése ha de ser, necesariamente, otro viaje. Muchos viajes.
La costa atlántica andaluza, a donde han llegado mucho más tarde -y más contenidos- los desmanes urbanísticos, entremezcla hoteles y urbanizaciones de lujo con playas perfectas.
Lo más rápido para llegar desde Lepe a Ayamonte es la autovía. Pero si la prisa no agobia y quiere saborearse la luz especial que Huelva ostenta en su slogan, mucho mejor escoger la carretera de siempre, que discurre paralela a la costa, por un interior de plantaciones de naranjos e invernaderos de fresas, entre pinares redondos y algunos eucaliptos que se han dejado crecer.
En menos de media hora tranquila se llega a Ayamonte. A espaldas del puerto, adentrándose un poco por la calle de la gasolinera, el marisco más fresco de Huelva se vende al peso en Marisco Romero, donse lo despachan en cucuruchos para comer allí o llevarse a casa.
También se puede probar en alguno de los restaurantes con terraza que hay en la placita frente al puerto deportivo, en el Paseo de la Ribera. El mesón El Choco, justo en la esquina, o la tasca Margallo, donde tienen el mejor pescado frito de Ayamonte.
Una de las especialidades culinarias de la villa es la ‘raya en pimentón', en los meses de diciembre y enero, aunque cada vez es más difícil encontrar restaurantes que la preparen. Si la digestión se adivina lenta, nada mejor que reservar habitación en el Parador de Ayamonte.
Sorprendente en su sencillez blanca, este Parador domina la desembocadura del Guadiana desde las terrazas de sus habitaciones, o desde el verde jardín de su cafetería, donde se respira una tranquilidad de las que ya no quedan.
Enfrente, adentrándose aún más en el Atlántico, espera Vila Real de Santo Antonio, pequeña villa portuguesa como las de antaño y, sin embargo, ciudad digital, con Internet sin cables gratis en sus calles.
Esta coqueta población fundada en 1774 por orden del Marqués de Pombal constituye un buen lugar de partida para lanzarse a descubrir la sorprendente costa portuguesa, la más occidental de la Europa continental, junto con la gallega. Pero ése es, también, otro viaje. Muchos viajes.
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