"La gente venía vendiendo el alma para conseguir el oro", dice una abuela. Hoy tiene buen servicio de salud y dos enormes hospitales, pero hay que seguir mejorando las condiciones sociales y la educación, porque los que más sufren son los jóvenes. En los últimos 20 años muchas empresas, incluso la Bolsa, se trasladaron hacia el norte, quedando sólo bancos y grandes empresas de minas; ahora el Ayuntamiento trata de recuperar el centro y potenciarlo. Todo cambia con rapidez aquí. Johannesburgo fue creada para hombres, no para mujeres. Hombres negros que venían a trabajar por el día y volvían a sus barrios para dormir. A partir de las 9:00 de la noche no podía haber negros en Joburg; se exponían a la cárcel. Y esto sucedía hasta hace 25 años. También la división política era distinta. Ahora son 9 provincias; antes, 5 y 10 reservas. Un sistema estratégico para tener a la población aislada y dividida. Al convivir en Johannesburgo se dieron cuenta de que tenían muchos intereses comunes; aquí se unieron y empezaron las protestas.
Se puede decir que Johannesburgo nació en 1886 en torno a las minas de oro descubiertas veinte años antes. En ese período se pasó de las viviendas de hojalata a los edificios de cuatro plantas. Diez años después, en unión de los suburbios circundantes, alcanzaba casi los 300.000 habitantes. Era la capital de la colonia inglesa del Transvaal. Hoy, ciento veinte años después, con sus 16.500 kilómetros cuadrados, es la provincia más pequeña de la República de Sudáfrica, de la que es su capital, pero la más poblada. Es el principal foco de inmigración del país y de todo el continente, alcanzando ya los 13.500.000 moradores y el 45 % del PIB. Con todo eso, además de contar con las mejores universidades y de crear mucho empleo, sobre todo en transportes, agricultura y servicios sociales, el desempleo alcanza actualmente el 30%, debido precisamente a la llegada de tantos inmigrantes, cuando la tasa del país es del 26%.
Todo nos lo va contando nuestra guía, que habla varios de los 11 idiomas que se reconocen oficialmente en esta capital, además del de los taxistas: dedo índice para indicar ir al centro. Hay enormes diferencias sociales y muchos BMW, pero Sudáfrica sigue teniendo el 40% del oro del mundo. Si en aquellos últimos veinte años del siglo XIX se pasó de cero a generar un sexto de la producción mundial, hoy se está removiendo nuevamente toda la tierra desechada entonces, porque las modernas técnicas permiten afinar en la búsqueda y hacerla rentable otra vez. Está ahí rodeando la ciudad, en esas enormes colinas que años atrás se cubrieron de vegetación, para evitar que el aire removiera la arena y el polvo, pues provocaba silicosis, sobre todo a partir de agosto, al finalizar el invierno.
Nos lo va contando a la vez que visitamos el Museo del Apartheid. Como somos varios, realizamos la entrada escenificando la segregación; hacemos dos grupos por sorteo; me toca en el de los negros; nuestro espacio es más reducido y está separado del de los blancos por rejas; así vamos atendiendo a las explicaciones; los pasillos se van estrechando, mientras los del otro lado tienen espacios amplios. La pregunta surge inmediatamente, puesto que aquí no sólo eran blancos y negros, precisamente la confluencia de razas era una de sus características... La respuesta también es rápida y clara: todos los que no eran blancos estaban en el mismo lado, el de los negros. La clasificación, muy fácil: "te ponían un bolígrafo enredado en el pelo y te obligaban a moverte, a bailar; si no se caía el bolígrafo, eras negro".
La historia es dura. Allí se repasan los discursos de Hendrik Verwoerd, justificando el apartheid como sistema ideal; y, por supuesto, la educación separada. También está la reveladora obra del fotógrafo Ernest Cole, con las series de hombres semidesnudos, como demostración de fortaleza física, las empresas que sólo trabajaban para blancos, las cabinas de teléfonos separadas... En el museo los trabajadores son negros, como nuestra guía, y los blancos, turistas extranjeros. Es obvio que aún hay mucha gente (blanca) que prefiere mantener los recuerdos desdibujados; quizá por eso, la ley obliga a que todos los escolares se pasen por este Museo del Apartheid al menos una vez; quizá por eso se comprenden las "cajas de memoria". Y es que "la memoria es de corto plazo, por eso hay que recordarlo". Y, ¿cómo no?, está Rolihlahla Mandela y Desmond Tutú... Sí, Nelson se lo puso su maestra porque no podía pronunciar Rolihlahla (persona que da problemas), su nombre original. El que estuvo 27 años en la cárcel, la mayor parte en el penal de Robben Island, y que al salir quiso volver a su casa de Soweto, en el 8115 de Vilakazi St, Orlando West, hoy convertida en Museo Mandela.
Después de visitar Mandela House, ese santuario, nos quedamos a comer en Soweto, paseamos por sus calles y nos detenemos en el Memorial de Hector Peterson, el niño asesinado en el 76. Conscientes de la solemnidad de la jornada, por los lugares tan especiales en que nos encontrábamos, con ocasión de hollar las mismas baldosas y tocar los mismos objetos que aquel hombre que tanto significó para todo el mundo, sin embargo, lo más impactante fue percibir la alegría y las ansias de comunicación de los niños y jóvenes que nos cruzábamos. Posiblemente es un reflejo de los cambios tan profundos que se están viviendo ahora mismo en el país, con gran impacto en el bienestar y la formación: En la década que empieza en 1994, año en que llegó Mandela a la presidencia, se duplicó el número de hogares con acceso a la electricidad y se logró que más del 80 % de las escuelas sean gratuitas.
La tarea tiene aún mucho recorrido, pero las bases son sólidas. No es de extrañar que la imagen de Mandela y el recuerdo de sus enseñanzas lo impregne todo. De sus frases nos quedamos con ésta, que nos parece fundamental: "La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo". Y de Johannesburgo, con su memoria del apartheid, que me parece uno de los lugares esenciales para el ser humano en esta peregrinación que es la vida.
Texto y fotos: Manolo Bustabad Rapa