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Todos los colores de Malaca
EXPRESO - 12.09.2007
Texto: Ana Bustabad Alonso
Texto: Ana Bustabad Alonso. Fotografías: Federico Ruiz de Andrés
Como casi todas las ciudades coloniales, Malaca ha adquirido con el paso de siglos y culturas diferentes una refrescante armonía en lo diverso. Pero, a diferencia de cualquier otra, esta sorprendente ciudad de la costa oeste de Malasia no ha perdido ni uno solo de los colores de su historia.
Si bien es verdad que el período de colonización portugués no fue demasiado largo -apenas siglo y medio desde 1511 hasta que les fue arrebatada por los holandeses- y los restos arquitectónicos de la época muy escasos, el país luso dejó una gran huella en Malaca.
Tanto es así que algunos de sus habitantes aún hablan con orgullo el kristang, una lengua criolla mezcla de portugués arcaico y malayo.
Los nostálgicos pueden acercarse al Medan Portugis, un barrio costero de las afueras donde residen los descendientes de los colonos portugueses.
La arquitectura del barrio recuerda vagamente a la del país europeo y algunos restaurantes ofrecen especialidades de bacalao a la moda de Lisboa.
El lugar no tiene mucho de interés; pero es cierto que al asomarse a sus aguas tranquilas parece adivinarse por un momento el sonido lejano de un fado.
Nostalgias aparte, Malaca es actualmente una ciudad que vive del turismo. Y su calle Jonkers (ahora llamada Jalan Hang Jebat) es, sin duda, la más famosa de todas. Como corresponde a su origen, muestra todavía edificios antiguos con sabor holandés y los domingos se celebra aquí un mercadillo.
Repleta de anticuarios donde los turistas regatean el precio de muebles exóticos y porcelanas caras, también alberga tiendas de baratijas, e incluso nuevos comercios como la Orangutan House.
Esta cadena ofrece souvenirs diferentes; desde camisetas con mensajes divertidos a pequeños cuadros del artista local Charles Cham.
Chinatown, el barrio chino, también es un buen lugar para callejear en busca de artículos curiosos, como linternas doradas y rojas, ungüentos ceremoniales, o las multicolores zapatillas bordadas, tradicionales de las mujeres chinas.
Si la jornada se alarga, en una de sus calles más concurridas, Tun Tan Cheng Lock, el restaurante Peranakan ofrece especialidades baba-nonya en un local que merece la pena visitar sin prisas sólo por esperar mesa en su espectacular vestíbulo, con cama de opio incluida.
Un poco más adelante, en la otra acera, un edificio del siglo XIX alberga todo un Museo del Patrimonio Baba-nonya.
Conocidos también como peranakan (literalmente ‘media casta' en malayo), forman una comunidad única de Malaca.
Descendientes de chinos (baba) que llegaron desde el siglo XVI y se casaron con mujeres malayas (nonya), conservan una fascinante mezcla de tradiciones y culturas, entre las que se incluye un dialecto propio.
Pero lo más interesante de Chinatown son sus templos.
El más antiguo del país, el de Cheng Hoon Teng, sorprende por el colorido de sus tallas y las ofrendas de incienso y frutas a los seres queridos que ya no están; y uno se siente enseguida imbuido del ambiente general de respeto y veneración.
Callejeando despacio, el viajero disfruta de los detalles, que en la arquitectura del barrio chino son abundantes.
Tejados con remates imposibles, dragones pintados en molduras de yeso, mosaicos de azulejos y fachadas con sus características contraventanas de colores.
El recorrido por esta zona tan pintoresca termina en el río Malaca.
Próximas ya a su desembocadura, algunas barcazas evocan el intenso tráfico de especias que hizo famosa en otros tiempos a la ciudad.
Justo al otro lado, en la ribera este, se encuentra su centro neurálgico, Town Square. La plaza, presidida por el rojo furioso del ayuntamiento, la iglesia y la torre del reloj holandeses, recuerda a un escenario de Disney.
Antes de sumergirse en el movimiento multicolor de los trishaws conviene visitar un momento la pequeña Oficina de Turismo para ver algunos planos antiguos de Malaca y visitar las excavaciones arqueológicas del puerto portugués.
Dicen que el nombre de Malaca se debe a un príncipe hindú, que le dio a la villa el mismo nombre que a un árbol que abundaba en la zona.
Lo cierto es que aquel pequeño puerto pesquero se convirtió en 1400 en la capital del primer sultanato malayo. La mezcla de culturas arranca precisamente de esa época.
El sultán contrajo matrimonio con una princesa china de la dinastía Ming, que trajo consigo a un séquito de quinientos sirvientes, y cuyos descendientes aún viven en el cerro de la Bukit China.
De hecho, Malaca alberga el mayor cementerio chino de la diáspora, con sus curiosas tumbas dispuestas sobre una ladera.
A medio camino entre las mercancías de China y las de la India, Malaca prosperó enseguida como el mayor puerto comercial del sudeste asiático; y fue codiciada alternativamente por portugueses, holandeses, árabes, británicos. Tanto, como las ricas especias que llenaban sus barcos.
Tal vez por eso en Malasia, a pesar de tener como religión oficial la musulmana, conviven infinitos credos y creencias en un magnífico puzzle. Ahora resulta más fácil llegar por carretera. Menos de 150 kilómetros de excelentes carreteras separan Malaca de Kuala Lumpur, la capital del país que este año celebra el 50 aniversario de su independencia.
Y, tal vez también, los colonos se quedaron enamorados de su clima tropical, con temperaturas altas durante todo el año, como en el resto de la península. Para las lluvias fuertes que sorprenden de cuando en cuando, el viajero encuentra fácilmente puestos con paraguas chillones y sombreros.
De todas formas, cuando el sol aprieta, es difícil resistirse a un recorrido en trishaw, una especie de bicicleta con carrito para pasajeros que fascina por su colorido y su decoración kitch, deliciosa de puro excesiva. Eso sí, conviene regatear el precio de la carrera.
Desde la plaza del ayuntamiento, unas pocas escaleras suben hasta la suave colina de San Pablo, donde se asentaba la fortaleza portuguesa A Famosa, de la que sólo quedan algunas ruinas en la Porta de Santiago.
También aquí se recuerda la figura de uno de los misioneros más singulares del catolicismo, san Francisco Javier.
En la antigua iglesia de Nuestra Señora de la Colina, hoy en ruinas, gustaba el santo de recogerse en oración, y aquí reposaron sus restos antes de ser trasladados definitivamente a Goa.
Hoy su imagen en mármol recibe a los turistas que se acercan a visitarla y a contemplar la vista impresionante de la ciudad.
Pero el mar está ahora un poco más lejos. Durante la última década del siglo XX se le ganaron terrenos para la nueva ciudad en expansión.
Una nueva Malaca que se adivina también dibujada de colores.
Agradecimiento a
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