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24 horas en Buenos Aires: la Plaza de Mayo
EXPRESO - 04.05.2014
Texto y fotos: Manolo Bustabad Rapa
Podemos decir que nuestro primer contacto con el suelo de Buenos Aires fue la Plaza de Mayo, una de las más emblemáticas de ese inmenso tablero con cuadras de ciento treinta metros, que está en el mismísimo centro de ‘la city’.
La Plaza, seguramente la más famosa de Argentina, es amplia y llena de vida, con continuo trasiego de turistas a bordo de coloridos ómnibus descapotados, los bancos ocupados por lectores de periódicos y colas en los puestos de jugo de naranja.
Pero lo que más nos impactó fue encontrarla dividida en dos por una valla, dizque protectora de la Casa Rosada, colocada durante la crisis política y económica del 2001, a la altura de las calles Defensa y Reconquista.
Nadie nos pudo decir cuándo se quitará. Quizá se pretenda simbolizar el verdadero origen de la Plaza de Mayo, que nació de la unión de las plazas ‘de la Victoria’ y ‘del Fuerte’, al demoler la Recova Vieja en mayo del 1883, en sólo dos días.
Esta obra de unificación del espacio se le encargó al arquitecto Juan Antonio Buschiazzo, que a la vez trasladó la Pirámide de Mayo sobre el eje teórico de la recova.
Allí está la Catedral Metropolitana, una basílica sin torres que recuerda más a un templo griego clásico que a una iglesia católica, dada por finalizada en 1852, aunque su decoración se terminó en 1911.
Impresiona su luminosa y elevada bóveda central y es de admirar el suelo, de mosaico veneciano, fabricado en Inglaterra en 1907 con diseño del italiano Carlo Morra.
Quizá su ‘santón’ más visitado sea el General Sanmartín, que comparte mausoleo con el Soldado Desconocido, compitiendo con el reciente museo dedicado al Papa Francisco.
Cerrando la plaza por el Oeste y mirando a Puerto Madero por el otro lado, está la Casa Rosada, sede del Poder Ejecutivo. Es Monumento Histórico Nacional, al igual que la anterior, y comparte con ella una larga historia de obras (la Catedral es la sexta edificación eclesiástica levantada en el mismo lugar).
En realidad nació de la fusión de dos edificios, el Palacio de Correos y la Casa de Gobierno, tarea encomendada a otro arquitecto de apellido italiano, Francesco Tamburini.
Esto sucedía a finales del siglo XIX, pero las demoliciones parciales y reconstrucciones continuaron hasta la actualidad, soportando también bombardeos en 1955, en tiempos de Perón, y una ‘última’ remodelación, para la conmemoración del bicentenario de la Revolución de Mayo, en 2010.
Ese mismo año Cristina Fernández inauguraba el reloj, colocado sobre el arco central como proyectó Tamburini en 1890, donado por la firma Gnomon,
Volvemos a nuestro ómnibus y cerca de allí, en la calle Balcarce, como reivindicando aquel lugar de venta de carne que al final pasó a albergar a tenderos y artesanos hasta su desaparición, nos encontramos con un mercado callejero básicamente de productos hortícolas.
Ya no nos detenemos porque, al Sur, nos espera ‘La Boca’, con su colorido, su bombonera y sus tanguistas al acecho de turistas. Se lo contaremos.
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