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La Costa Azul de los pintores (III)
EXPRESO - 26.08.2010
Texto y fotos: Manuel Bustabad Rapa
Musa de pintores, encrucijada irrepetible del arte moderno, la Costa Azul francesa sedujo a genios como Monet, Picasso o Boudin, que montaban sus caballetes entre pinares salvajes y casas de pescadores, y hoy continúa siendo uno de los lugares más cautivadores del mundo. Te proponemos que nos acompañes a un recorrido en cinco etapas por ‘La Costa Azul de los pintores’.
Tercer día.- De Beaulieu-sur-Mer a Menton pasando por La Turbie.
BEAULIEU-SUR-MER
Beaulieu (sur-mer desde 1908) ocupa un lugar privilegiado en la costa, entre Niza y Mónaco y está tan comprimida entre el mar y las montañas, que los edificios trepan y penden de sus laderas.
Nuestro paso por Beaulieu es fugaz, centrado en Villa Kerylos y un cafetito en el pueblo (con calma que es domingo, marzo), antes de partir hacia las montañas próximas.
Casonas y sierras, dos elementos representativos de esta pequeña ciudad, que, empujada por los montes hacia el golfo de Saint Hospice, reúne quizá la mayor concentración de villas, palacios y hoteles de la Costa Azul y, desde luego, un patrimonio Belle Époque fuera de lo común.
A finales del siglo XIX la realeza europea, desde España a Rusia, construye sus mansiones y veranea aquí.
La llegada del ferrocarril es determinante y su desarrollo en esa época es tal, que en 1907 salen ochenta trenes diarios (uno cada diez minutos) de una estación, la de Beaulieu, que presentaba la particularidad de contar con una vía-garaje.
En ella se estacionaba el vagón particular del Rey de los belgas Leopoldo II, soberano del Congo, o el del que fue el primer alcalde de Beaulieu, Hippolyte Marinoni.
El tren era el transporte en boga y las cinco jornadas para llegar desde San Petersburgo no arredraban a la aristocracia rusa ni al considerable número de dignatarios europeos y personajes importantes de la industria y las finanzas, que se mantuvieron fieles a la cita hasta la primera guerra mundial.
La Villa Kerylos, construida entre 1902 y 1908, es la recreación de una mansión griega de la antigüedad, inspirada en una casa de Délos que existió realmente entre los siglos II y I antes de J.C.
Nace de la colaboración del arqueólogo Théodore Reinach (erudito en lenguas de la antigüedad y en música, además de doctor en Derecho y en Letras y perfeccionista de sus conocimientos toda su vida) con el arquitecto Emmanuel Pontremolli (Gran Premio de Roma de 1890 y protegido del príncipe Alberto I de Mónaco).
La mansión ocupa un espacio envidiable en contacto con el mar, del que está separada por una galería subterránea, bajo el jardín, repleta de esculturas y mapas, con ventanas enrejadas a ras del agua y con vistas hacia Italia, por el Este, en lontananza, y por el Sur hasta el cabo Ferrat.
La pieza central es el Peristilo o patio cuadrado rodeado de doce columnas de mármol blanco de Carrara con sus muros decorados con frescos.
El edificio está repleto de todo tipo de muebles y objetos inspirados en la antigüedad: mesas de tres patas enriquecidas con finos trabajos de marquetería, bañeras de mármol ricamente tallado, artesonados policromados, ánforas grabadas con motivos mitológicos, precisa carpintería y preciosa rejería, mosaicos de colores…Todo un muestrario de buen gusto y armonía.
La Villa Kerylos es de los pocos lugares que hemos encontrado en nuestro corto periplo por la Costa Azul con información en español, por escrito y en guía sonora.
Como vecino más próximo y amigo íntimo, disfrutó el matrimonio Reinach de la compañía de Gustave Eiffel, que pasaba temporadas de invierno en la finca contigua, a donde solía desplazarse desde Paris en su propio vapor, entre los años 1900 y 1910.
El famoso ingeniero, autor de la famosísima torre, compró esa propiedad a nombre de su yerno y colaborador Adolphe Salles. Después de la muerte de Eiffel, en 1923, fue habitada por su hija. Posteriormente será convertido en hotel de cinco estrellas.
LA TURBIE
Con sensación de dejar atrás algo pendiente, nos alejamos de la costa del único modo posible: encaramándonos en los riscos con ‘nuestro’ microbús. Es la forma de descubrir esos pueblos de traza medieval que desalojaron a las águilas para instalarse en lo más alto.
Así, avistamos Èze, allí colgado, y no entramos en él pero le hacemos fotos, a pesar de la mala visibilidad, desde un recodo privilegiado del camino.
Y poco más allá, siempre hacia el este, llegamos a La Turbie, arremolinada como un abanico en torno al Monumento de Augusto, que es nuestro destino inmediato.
Recibidos por los responsables de turismo, nos introducimos directamente en los dominios de Bruno Cirino, maestro de la cocina provenzal, donde paladeamos algunas de sus creaciones en un banquete organizado por el Comité Regional del Turismo de Riviera Côte d’Azur y presidido por su director general Dominique Charpentier.
El marco: Hostellerie Jérome – Restaurante Gastronómico 2* en la Guía Michelín – 20, Rue Comte de Cssole – 06320 LA TURBIE.
El menú:
Entrantes: Sabroso pato en salsa de trufa, Foie gras de ánade con compota de alcachofas violetas
Pescado: Filete de Saint Pierre dorado, con espárragos de Albenga trufados en emulsión de condado
Carne: Cordero de Provenza con pequeños rellenos
Postres: Empanadilla golosa de fresas silvestres, helado de cidronela
Los vinos: Champagne Grand Cru Simart Moreau, Vino blanco de Provenza Domaine Trienne, Crozes Hermitage Domaine Colombier.
El chef: Bruno Cirino
Alta cocina provenzal, basada sobre todo en las cosechas locales y productos italianos de los mercados de Ventimiglia y San Remo, elaborada con la imaginación y el talento de Bruno. Qué más podemos decir, mejor probar.
Con tan buen sabor de boca y renovadas fuerzas, ascendemos por las adoquinadas calles medievales en busca del trofeo del ‘dios’ Augusto, edificado en el punto más elevado de la Vía Julia, que el propio Augusto había hecho construir para facilitar el comercio con las Galias.
Recorremos la explanada enlosada en la que se eleva y, de repente, como desde una atalaya, aparece a nuestros pies Mónaco, que no está en nuestro itinerario previsto y que sólo volveremos a ver brevemente, y sin bajarnos de nuestro coche, a nuestro regreso también por las montañas.
Se especula con que Augusto eligió el emplazamiento de este monumento por su proximidad al templo del dios Melkart (llamado Monoicos, solitario, de donde se deriva el nombre de la ciudad, que en provenzal es Monèque) que los fenicios habían erigido en el promontorio sobre el que está edificada la ciudad de Mónaco. Por otra parte los griegos identificaban a ese dios Melkart (o Melcario) con su Hércules: Heracles Monoikos.
El templo fue convertido en ruinas en la Edad Media, durante las invasiones germánicas, por tanto existía en tiempos de Augusto, quien se asimilaría a la figura del héroe Hércules, hijo de dioses al que espera la divinización.
Dicen aquí: ‘La sumisión de los bárbaros alpinos no fue sino un pretexto para legitimar el carácter heroico del Emperador: al celebrar sus proezas, se recalcaba su naturaleza divina’
El monumento no da mucho de sí, aunque resulta curioso y raro. En tiempos estaba integrado por un podio alto de planta cuadrada, sobre el que se elevaba una torre circular rodeada por 24 columnas. Y todo ello coronado por una estatua de Augusto.
El edificio alcanzaba una altura de 50 metros. El pequeño museo adyacente fue creado en 1933, al final de la restauración del trofeo. Más información en la web del Centre des Monuments Nationaux.
MENTON
Bajamos andando de la colina, recreándonos por última vez en la inigualable panorámica, para montar de nuevo en nuestro auto, que nos llevará directamente a Menton, para instalarnos en el hotel Riva, 600, Paseo del sol – 06500 .
Sin apenas tiempo para abrir el completo dossier de prensa sobre la ciudad, nos encontramos haciendo fotos al lado de la antigua aduana, justo en la raya con Italia, porque a menos de cien metros se encuentra uno de los mejores restaurantes de nuestro periplo, en el que nos ha preparado la cena la Oficina de Turismo de Menton.
Las panorámicas, los museos y los pintores quedan para mañana. Lo que resta de hoy lo necesitamos íntegramente para no perder ni un sabor ni un aroma de Le Mirazur, que no en vano presume de su merecida 1* Michelin.
Hay días así: en menos de ocho horas disfrutamos de las delicias preparadas por dos pesos pesados de la gastronomía de la zona. Aún nos envuelven los sabores provenzales de Bruno cuando nos hallamos ante las selectas verduras del huerto de Mauro.
Pero esto requiere un punto y aparte, que será un reportaje en Expreso sobre este imaginativo restaurador.
Hoy tan solo contaremos aquí el exquisito menú de esta noche:
Entrada: Legumbres del Mirazur en caldo de parmesano.
Plato: Pecho de cerdo cortijero, endivias caramelizadas y salsa naranja.
Postre: Fina tarta a los agrumes de su jardín.
Lo disfrutamos en compañía de Patricia Mertzig, de la Oficina de Turismo de Menton, y de Florence Lecointre, del Comité Regional del Turismo Riviera Côte d’Azur, mientras caía la noche sobre la ‘Perla de Francia’, como fue bautizada por el geógrafo Elysée Reclus.
Mañana conoceremos algunos de sus encantos.
No te pierdas la próxima semana:
Etapas anteriores de este viaje por la Costa Azul francesa:
Agradecimientos:
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