La Costa Azul de los pintores (II)

EXPRESO - 19.08.2010

Texto y fotos: Manuel Bustabad Rapa

Musa de pintores, encrucijada irrepetible del arte moderno, la Costa Azul francesa sedujo a genios como Monet, Picasso o Boudin, que montaban sus caballetes entre pinares salvajes y casas de pescadores, y hoy continúa siendo uno de los lugares más cautivadores del mundo. Te proponemos que nos acompañes a un recorrido en cinco etapas por ‘La Costa Azul de los pintores’.
Segundo día.- De Antibes a Cagnes sur mer
ANTIBES
Ya en compañía de nuestra guía Pascale Rucker, acudimos a la cita con la asistente de prensa de la Oficina de Turismo de Antibes y Juan-les-Pins, Lucy Howard, para iniciar la visita a la ciudad vieja de Antibes desde el muelle de los pescadores.
Pero, antes, bordeamos el Bastión Saint-Jaume para acceder a la zona, más reservada, de los grandes yates: el Quai de la Grande Plaisance. No podría precisar dimensiones, pero aquí están atracados los mayores barcos de recreo de toda la Costa Azul, justo enfrente al Fort-Carré. En las fotos también sale algún glamouroso ‘dos plazas’.
El puerto cuenta con 1.700 puestos de atraque. Se aprecia poca actividad, casi limitada a las tareas de limpieza y mantenimiento. Es un sábado de marzo.
Entramos en la ciudad por la Puerta marina, que atraviesa la muralla, construida por el arquitecto militar de Luis XIV y hoy destruida en su mayor parte. Esta puerta fue durante siglos el único acceso desde el mar. Tras un breve recorrido por las callejuelas ascendentes, dejando a nuestra izquierda la pequeña y abrigada playa de la Gravette, llegamos al château Grimaldi, al lado mismo de la Catedral.
Si hace un siglo la Riviera era la zona de moda entre pintores y escritores, su centro neurálgico, la encrucijada irrepetible del arte moderno, es Antibes, musa de pintores. Ya mucho antes del 1900 había atraído a un gran número de visitantes ilustres. Aquí residió Bonaparte y fue lugar de inspiración para escritores como George Sand, Flaubert, Maupassant y Julio Verne, mientras los maestros del impresionismo (Monet, Dufy, Boudin) montaban aquí su caballete.
En esa época Juan-les-Pins sólo era una aldea de pescadores y sus pinares casi salvajes. Por eso no es difícil imaginar que los artistas encontraban aquí su inspiración, entre tanto colorido, luminosidad y alejados del ruido de las ciudades (a estas alturas ya sé que no volveré al recorrido de ayer). ‘Me aplico y lucho con el sol. Y que sol éste! Habría que pintar aquí con oro y piedras preciosas. Es admirable’, escribía Monet a Rodin en febrero de 1888.
Antibes puede enorgullecerse de haber sido uno de los tres lugares (con el cabo Martin y Bordighera) que han logrado centrar la atención del viajero Monet, siempre buscando otros paisajes, otras luminosidades… Y es precisamente la ciudad marítima de Antibes lo que le interesa y no el cabo como a la mayoría de los pintores. Aunque la realidad es que para dibujar la vieja ciudad era preciso solicitar permiso del ministro de la Guerra, para lo cual utiliza sus relaciones.
Al día siguiente de su llegada escribe a Alice, su compañera: Pinto la ciudad de Antibes, una pequeña ciudad fortificada totalmente dorada por el sol, resaltando sobre bellas montañas azules y rosadas y la cadena de los Alpes eternamente cubierta de nieve’.
Numerosos pintores hicieron de Antibes y Juan-les-Pins, con sus bosques y su costa, con su colorido y su luz, el motivo central de sus obras. Los turistas y aficionados lo tienen fácil, pues la Office de Tourisme et des Congrès organiza visitas guiadas todas las semanas. Toda la información está en la web de Antibes y Juan-les-Pins.
Picasso, acompañado de su primera mujer, Dora Maar, visitó Antibes por primera vez en 1939, durante su breve período surrealista, y pintó el cuadro ‘Pesca nocturna en Antibes’, actualmente en el Museo de Arte Moderno de Nueva York.
Pero es en su segunda estancia cuando don Pablo le da otra dimensión a esta ciudad. No en vano su Musée Picasso está considerado aquí el primer museo en ser consagrado a un pintor en vida, cosa que sucedía en 1966.
Veinte años antes, en septiembre del 1946, el artista utilizó una parte de este edificio sobre las murallas, el Castillo Grimaldi, entonces museo de Historia y Arqueología, tras su reencuentro con su conservador Romuald Dor de la Souchère, que le propuso montar su taller en un ala del chateau. En esta nueva etapa la inspiración de Picasso juega con naturalezas muertas, con sátiros, faunos y centauros, con escenas de erizos de mar, pulpos, ristras de peces y pescadores en tierra. Tres meses en Antibes y un amor eterno.
Picasso, a la sazón ‘un robusto sexagenario de silueta un poco tosca e intensa vitalidad’, como lo describe Elena Ribera, se instaló allí con su nueva amiga, la joven y hermosa Françoise Gilot, embarazada de varios meses. En esta corta etapa realizó numerosas obras que, al partir, donó a la ciudad. Sumaban 23 pinturas y 44 dibujos.
Su producción refleja la alegría de vivir a pesar de las penurias de esa época de posguerra, en la que experimenta con nuevas pinturas y soportes, como fibrocemento o contrachapado. Pero su actividad artística no se limitó a la pintura. Durante su estancia en el castillo se inició en la alfarería Madoura de Vallauris, en las técnicas de la cerámica, a las que dedicó tanto tiempo en sus últimos años.
Entre 1946 y 1950 Picasso ofrece al museo numerosas pinturas, dibujos, grabados y cerámicas. Todo ello, además de los donativos de su viuda Jacqueline, enriquece esta exclusiva y excepcional muestra de su obra, que supera las trescientas piezas, y da pie a la frase que usan aquí: ’Si vous voulez voir les Picasso d’Antibes, c’est à Antibes qu’il faut les voir.’
El museo atesora además una importante colección de Arte moderno, pintura y escultura, en la que están representadas las grandes corrientes del arte del siglo XX. Dentro está prohibido hacer fotos. El servicio al público organiza un conjunto de actividades culturales alrededor de las colecciones y de las exposiciones temporales. Por otra parte, la asociación de los Amigos del Museo Picasso propone visitas, viajes, encuentros…, relacionados con la programación del museo.
Después de comprar un alegre fular, diseño del artista, y algunas menudencias, salimos del museo. A continuación de unas pequeñas rampas de bajada, bordeamos la obra de reposición de pavimento de la Place Mariejol en la que una cuadrilla de portugueses se afanan en la impecable colocación de su ‘pedra de calçada’. Al final de la corta rue Chessel recuperamos el presente en un breve paseo por el mercado modernista de la plaza Massena, mordisqueando una manzana.
Nuestras guías nos han reservado, como sorpresa, la visita a un tradicional establecimiento expendedor de absinthe, nuestro ajenjo, ese ‘licor picante de olor fuerte y sabor ardiente’, tan de moda en la Francia de finales del siglo XIX. Allí nos muestran los artilugios usados para su destilación y nos explican las distintas variantes de esta bebida alcohólica y aromática, que también se obtiene por adición de esencias, aunque el producto es más ordinario. Al fondo de la barra un aseo con cancilla de barrotes metálicos deja el retrete a la vista desde el espacio destinado al público. La dirección del Bar La Balade es 25, Cours Massena – 06600 Antibes.
Con el apetito ya a punto, aterrizamos en la terraza del restaurante Bastion, a los pies de la fortaleza Bastion Saint-André, que le da el nombre. En realidad estamos en el borde de un jardín, entre palmeras que salen de la arena remarcando al fondo los pinares de la Garoupe. Este magnífico escenario potencia (?) la degustación del risotto a continuación de la tempura de verduras con mayonesa. La cocina abierta de Mickael Bazile, dentro de un local con decoración moderna y elegante en tonos de rojo, negro y gris, propone una gastronomía variada con toque asiático de fondo. Acompañamos las viandas con un Chateau Maïme, vino rosado de 12,5% de Côtes de Provenza 2009.
 
CAGNES-SUR-MER
Con renovadas fuerzas nos disponemos al descubrimiento de Cagnes sur mer, ‘en el corazón de la Costa Azul’, subiendo directamente aux Collettes, una magnífica heredad plantada de olivos, en la que se ubica nada menos que la casa y el Museo Renoir.
Desde ella se divisa un soberbio panorama, con Haut de Cagnes enfrente, recortado sobre las nieves perpetuas de los Alpes, y extensa vista hacia el sur que alcanza hasta el cabo de Antibes.
Pierre Auguste Renoir se instaló allí en 1908, a la edad de sesenta y siete años, en compañía de su esposa Aline y de sus tres hijos. Mandó construir una gran casa burguesa con todas las comodidades de la época y otra destinada a taller.
Mecenas, marchantes y pintores eran habituales de los Collettes. Allí recibió las visitas, entre otros, de Rodin, Bonnard, Matisse y Modigliani.
A menudo tomaba como modelos a jóvenes del pueblo, contratadas como sirvientas, pintándolas con sus cuerpos macizos y sensuales y sus rostros brillantes de luz.
Es en este pueblo donde Renoir abordó por primera vez la escultura en compañía de Richard Guino y de Louis Morel después. Del soberbio trabajo realizado con Guino entre 1913 y 1918 son muestra el busto de Aline, la monumental Venus Vitrix, o el Petit Forgeron, que dan la sensación de esculturas directamente salidas de sus telas.
A pesar de su reumatismo articular pintó sin descanso hasta el último día, el 3 de diciembre del 1919, en silla de ruedas (que puede verse en el taller) y haciéndose atar el pincel a la mano cuando ya no podía sostenerlo. Tenía setenta y ocho años.
El Museo Renoir con sus 11 telas originales, sus esculturas, su mobiliario, su taller y su estupenda finca llena de olivos centenarios, constituye la mejor muestra de su mundo creativo y familiar.
En esta visita a la casa de Renoir, al igual que en el recorrido por Haut-de-Cagnes que realizamos a continuación, disfruto del privilegio de las explicaciones en castellano por la amabilísima y profesional joven Christelle De Caires, responsable de grupos del departamento de Turismo de Cagnes-sur-mer.  
Nos pasamos en primer lugar por la Capilla de Nuestra Señora de la Protección.
Es un oratorio del siglo XIV decorado con sus famosos frescos hacia 1530 y convertido en capilla en 1645 por Jean Henri Grimaldi, quien lo amplió en su nave lateral y donó el actual retablo en 1665.
Este pequeño Monumento Histórico tiene un gran significado para los nativos porque en él eligieron en asamblea su primer cabildo y como alcalde a Dominique Latty.
Son características las edificaciones sobre la vía pública, denominadas Pontis, de hasta tres plantas de altura, convirtiendo algunas calles en pequeños túneles.
Entramos fugazmente en la Iglesia del Haut de Cagnes directamente a su planta alta, acceso a ras de calle propiciado por el elevado desnivel de la calle, que usaban también los Grimaldi (su presencia es total en la zona, como puede verse).
El Château-Musée Grimaldi, convertido en museo municipal en 1946 y en Monumento Histórico en 1948, además de su riqueza como palacio, y posee hermosas pinturas barrocas en sus techos (la caída del hijo del sol).
Además acoge la donación Solidor, (consistente en una extraordinaria colección de 40 retratos de la célebre cantante de cabaret Suzy Solidor, pintados por ilustres artistas tales como Cocteau, Dufy, Forjita, Lempicka…), y alberga también el Museo de la Oliva, numerosas exposiciones temporales de arte contemporáneo y la celebración de muchos conciertos.
Una de las peculiaridades de este pueblo medieval es la gran inclinación de sus calles, pavimentadas de cantos rodados, que las hace impracticables para la petanca, por lo que sus habitantes (me cuenta Christelle) se las ingeniaron para no renunciar a este juego tan arraigado, sustituyendo las bolas de acero por cubos de madera de tamaño parecido a aquellas y el boliche en un pequeño dado.
Tengo ocasión de experimentar personalmente cómo ‘rueda’ el poliedro y es increíble verlo deslizarse cuesta abajo si no se calcula bien el impulso. Hasta tal punto es así que las ‘bolas cuadradas’, boules carrés, han de renovarse con gran frecuencia porque a poco que se redondeen sus aristas ya es imposible evitar que se pierdan calle abajo. Tal es la pendiente.
De todos modos en la Place du Château, en lo más alto del pueblo, que es horizontal, vemos jugar a la petanca tradicional, aunque con las canchas (rectangulares) bordeadas de troncos de madera.
Es importante no terminar el paseo sin degustar el excelente café en Le Black Cat, en la misma plaza del castillo. Desde aquí nos regodeamos en la impactante vista de los omnipresentes Alpes con sus nieves perpetuas.
Ya en la bajada tenemos la agradable sorpresa de cruzarnos con un nieto de Renoir. Parece ser que es frecuente toparse con él en el pueblo.
Aún nos da tiempo de acercarnos al puerto del Cros-de-Cagnes, pueblo de pescadores que tuvo su esplendor en los años veinte, y hacer las últimas fotos del día a sus barcas en reposo antes de la puesta del sol.
Nos alojamos esta noche en el Hotel Aeeva  –22, Paseo de la Playa–, en cuyo restaurante, a & e – 22, Promenade de la Plage, somos obsequiados con una exquisita cena presidida por la Teniente de Alcalde para el Turismo, Mme. Riger, acompañada de las eficientes Florence Lecointre y Christelle de Caires, del Comité Regional de Turismo Riviera Côte D’Azur, y nuestra guía Pascale.
 
No te pierdas la próxima semana:
Tercer día.- De Beaulieu-sur-Mer a Menton via La Turbie
 
Etapas anteriores de este viaje por la Costa Azul francesa:

 
Agradecimientos:
 

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