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Israel, como no te lo imaginas
EXPRESO - 09.05.2009
Texto: Ana Bustabad Alonso Fotos: Federico Ruiz de Andrés
La pequeña aldea donde se crió Jesús, Nazaret, es ahora la mayor ciudad musulmana del país; el Calvario no es un monte, sino una roca en el subsuelo de Jerusalén; y muy cerca del mar Muerto, en pleno desierto, el kibbutz Ein Gedi cultiva 900 especies de plantas de todo el mundo. En Israel, nada es como te lo imaginas.
Eso mismo piensa Menno, nuestro guía, que propone la frase como titular del reportaje. Estamos de acuerdo. La carga de historia y religión es tan grande en esta tierra que es fácil llegar con prejuicios. ‘Las tradiciones son importantes porque han hecho que dos mil años después sigamos aquí, existiendo como pueblo’, explica.
Pero Israel sorprende como pocos lugares. Sólo hay que dejarse llevar por la curiosidad para descubrirlo. Será porque en esta tierra ha transcurrido gran parte de la historia de varias civilizaciones, o porque es la niña bonita de las principales religiones, lo cierto es que este país está lleno de lugares que transmiten buenas vibraciones.
Cárgate de energía. Olvídate de visitas clásicas e itinerarios religiosos, te desvelamos algunos de sus rincones más especiales. Israel como no te lo imaginas.
Uno de ellos, al sur, es el kibbutz Ein Gedi, que nació al pie del oasis del mismo nombre, en 1956. En los años sesenta sufrió una ampliación y desde entonces sus casas sencillas están sobre una elevación natural, asomado al mar Muerto.
Rodeadas de un jardín botánico donde se cultivan plantas de todo el mundo, viven y trabajan 600 personas en comunidad, compartiéndolo todo. Algunas ya son la segunda generación.
Uno de sus impulsores, Zevulun, que vive aquí desde 1962, cuenta que este fue el quinto de los kibbutzs que se fundaron en Israel.
‘Los había por toda la frontera del país. De hecho, sustituyeron a los puestos fronterizos que tenía el ejército. Fue un ‘invento’ de pioneros de Europa que buscaban una sociedad mejor’. En los últimos años, algunas cosas han cambiado, pero no lo esencial.
Zevulun, que sigue prefiriendo los libros a los coches, muestra con orgullo sus plantas tropicales y subtropicales, de todos los continentes. ‘Tenemos tres baobabs africanos, plantados un año antes de llegar yo’, cuenta.
A pesar de encontrarse en pleno desierto, las temperaturas son parecidas todo el año, sin demasiados extremos. La comunidad se ocupa de la agricultura, principalmente, aunque cuenta con un hotel de bungalows, con spa, para recibir a los viajeros. Es sencillo, pero muy especial, por la tranquilidad y las vistas espectaculares.
Otro de esos alojamientos cargados de energía, aunque mucho más lujoso, es el hotel King David, en Jerusalén, un edificio lleno de sabor de tiempos pasados.
A pesar de la aparición de nuevos hoteles más modernos, ninguno tiene tanto carácter como este clásico. No se puede dejar de tomar, al menos, un café en su terraza, rodeada de árboles.
Otro hotel que merece la pena visitar en la ciudad es el Mount Zion. En el siglo XIX fue hospital británico y hoy está algo obsoleto, pero si entras en su vestíbulo podrás hacer una de las mejores fotos de la ciudad amurallada.
Muy cerca, en la antigua estación de ferrocarril, se puede probar comida kósher buena y sencilla. Uno de los almacenes alberga ahora un pequeño restaurante familiar de decoración minimalista llamado como su dueño, Shmuel. Tiene un menú corto con mezze y un par de platos para elegir. El café espresso, impecable, como siempre en Israel.
Todas las visitas turísticas de Jerusalén incluyen un recorrido exhaustivo por los cuatro barrios de la ciudad vieja, cristiano, musulmán, armenio y judío. Pero si madrugas mucho podrás recorrer sus calles vacías mientras sale el sol.
Camino del Calvario, en la bíblica Vía Dolorosa, el Holy Rock café es un buen lugar para hacer una parada y tomar un zumo de naranja. Moderno, pequeño y limpio.
Una vista de los tejados de la ciudad que no puedes perderte es la que se obtiene desde la azotea del Albergue Austríaco, en pleno centro. En su wiener kaffeehaus se puede tomar un café con nata buenísimo, o comer en alguna de sus terrazas, un oasis en pleno barrio cristiano.
Cuesta sólo un segel entrar, a no ser que se esté alojado. Aunque es demasiado sencillo, supone una de las pocas oportunidades de alojarse en la ciudad vieja. Para reservar hay que enviar un correo electrónico.
Las dos postales más famosas de Jerusalén, la del Muro Occidental y la del Monte de los Olivos, también esconden sorpresas. Bajo tierra, a lo largo del muro discurre un túnel al que se puede entrar para ver la parte más antigua. Es una visita que no te debes perder.
Debajo del Monte de los Olivos encontrarás un curioso cementerio judío, con piedrecitas entre las tumbas, en lugar de flores. Al lado, la cúpula dorada de la iglesia rusa, brillante y, justo enfrente, el cementerio musulmán.
No te puedes ir de Jerusalén sin visitar el Museo del Holocausto Yad Vashem, creado en 1952 para mantener viva la memoria de ese episodio negro de la Historia. Existe gracias a donaciones, así que no se paga entrada. Hay audioguías y también guías que te lo explican en castellano. Si necesitas uno o vas a hacer la visita en grupo, es preferible reservar con antelación.
El arquitecto autor de la obra, Moshe Safdie, proyectó un prisma triangular que corta la montaña de lado a lado, en hormigón desnudo y vidrio.
Dentro, objetos, documentos y obras de arte ayudan a explicar una historia sumamente dura que no te deja indiferente.
Mucho más polémico es otro ejemplo arquitectónico de vanguardia, el puente blanco que el español Santiago Calatrava ha proyectado a la entrada de la ciudad. Pasarás por debajo si llegas desde Tel Aviv o del aeropuerto.
Las ordenanzas municipales de Jerusalén obligan a que todos los edificios sean de piedra o estén revestidos con ella. Su color recuerda a la arena del desierto y a la vieja ciudad de Masada, objeto de deseo de los exploradores del siglo XIX.
Camino del sureste, el paisaje se va volviendo rojizo; se ven los asentamientos de beduinos y sus rebaños, es el camino del ‘buen samaritano’. Lo más impactante de esta carretera que atraviesa Cisjordania es la bajada a Jericó.
De pronto, las montañas de Judea se abren para dejar paso a la vista del valle. A la izquierda, Jericó; enfrente, las montañas de Jordania, y la primera visión del Mar Muerto, el punto más bajo de toda la Tierra continental.
El barro del Mar Muerto huele a azufre, y se va uno empapando del olor en la carretera que lo bordea, dejando a la derecha el oasis de En Gedi, hasta llegar a la estación termal de Ein Bokek. Por cierto, aquí se encuentra el McDonalds más bajo del mundo.
Los hoteles no tienen tanta calidad como los de su vecina Jordania, que se ven justo enfrente, al otro lado del Mar Muerto. Escoge uno de los que veas más nuevos, como el Crowne Plaza, que tiene acceso directo a la playa.
Lo mejor es hacer noche aquí y madrugar para visitar Masada por la mañana, antes de que llegue el grueso de los turistas. Luego volver con calma al Mar Muerto, y comprobar que puedes flotar mientras lees tranquilamente el periódico. Además de la sensación única de relajación, dicen que una hora en esta agua equivale a diez años de tratamientos estéticos.
Si no hay tiempo de alojarse, muchos hoteles ofrecen paquetes de día, con comida y acceso a las piscinas y al mar Muerto. Los tratamientos utilizan el barro depurado y te dejan la piel como la de un bebé.
La ciudad de Masada, declarada Patrimonio de la Humanidad, fue construida por el rey Herodes. Un funicular sale cada 15 minutos, entre las 8 y las 4 de la tarde, desde el pie de la montaña, donde está el centro de interpretación. No olvides llevar sombrero y calzado cómodo.
La subida en teleférico desvela una vista impresionante de formaciones blancas, similares a páramos. Abajo se ve, pequeñito, el ‘Sendero de la serpiente’, por donde ascienden algunos más atrevidos, que madrugan para ver salir el sol desde lo alto de la meseta.
Hay opciones para todos los bolsillos. Si se viaja en plan mochilero, a 15 kilómetros de aquí hay un albergue juvenil de la red de Hostelling International. Si, en cambio, lo que se busca es algo exclusivo, una idea espectacular es sobrevolar Masada en avioneta.
En la parte alta del Parque Nacional se pueden visitar las sofisticadas termas romanas, ahora en ruinas, o el palacio de Herodes. Es un edificio escalonado que está justo en la proa de este páramo con forma de barco, y sus terrazas parecen descolgarse sobre la llanura desértica e inmensa.
Busca a la izquierda una construcción parecida a un establo. Cuando en el año 70 se destruyó el templo, los hebreos empezaron a utilizarlo como sinagoga. Aquí comenzó el juramento que los judíos de todo el mundo incluyeron en sus oraciones desde entonces hasta 1948: ‘El año que viene en Jerusalén’.
Tras la visita, puedes tomar un zumo de naranja y sucumbir a otras tentaciones que ofrecen los puestos del exterior del museo. Si cae la tarde, al pie de la montaña hay una carpa donde se organizan cenas beduinas y se proyectan espectáculos audiovisuales dos veces por semana.
Si algo contrasta con la paz de Masada, mucho más al norte, es el bullicio de Nazaret, la mayor ciudad musulmana de Israel. Si el camino por el interior del país se hace largo, prueba a quedarte en el Carmel Forest Resort, un hotel que combina lujo con tranquilidad.
Desde la carretera, antes de bajar, podrás ya intuir que Nazaret es una ciudad descolocada, viva, animada. Un día es suficiente para visitarla. Su monumento más famoso es la Basílica de la Asunción, un edificio moderno sin interés.
En la misma calle, un poco más abajo, hay una oficina del Ministerio de Turismo. Pero es mucho más divertido perderse por sus calles en busca de las coloridas tiendas de especias, de sus magníficas panaderías tradicionales.
Párate a comer en el restaurante Diana, que sirve comida árabe muy rica a buen precio y no olvides pedir unos mezze para comenzar. Te sorprenderán con una multitud de platillos de entrantes variados.
En este país tan sorprendente descubrirás que los israelíes son una amalgama de gentes venidas de todo el mundo. Encontrarás muchas personas cultas, amables, casi todas políglotas. Incluso no tendrás problemas para defenderte en español. La gran mayoría son judíos, pero también hay musulmanes, cristianos, o gentes sin religión.
Al entrar puedes pedir que no te sellen el pasaporte, sino una hoja independiente, para no tener conflictos si vas a visitar después los fronterizos Líbano o Siria, u otros países como Irán o Emiratos Árabes, que no permitirían la entrada con un sello israelí.
En Israel nada es como te lo imaginas. Si quieres, prueba a sentir la tradición. O, si lo prefieres, déjate sorprender. Tú eliges.
Agradecimiento:
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internauta (no verificado)
10.09.2010 - 20:25