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Oeste de Murcia, frontera de culturas
EXPRESO - 11.05.2009
Texto y fotos: Ana Bustabad Alonso Ni a su costa bañada por dos mares, el Mediterráneo y el pequeño Mar Menor, ni a su famosa huerta, ni a la espléndida Cartagena
Texto y fotos: Ana Bustabad Alonso
Ni a su costa bañada por dos mares, el Mediterráneo y el pequeño Mar Menor, ni a su famosa huerta, ni a la espléndida Cartagena. Hoy te llevamos a descubrir una de las zonas más sorprendentes de Murcia, el oeste. Aquí se esconde la herencia de más de dos siglos de historia fronteriza.
Dice un amigo mío que ‘si callejeas por Caravaca, por la pequeña Cehegín o recorres la parte vieja de Lorca, no te hace falta saber nada de historia para descubrir la huella árabe en el trazado delicado de sus calles, en sus dulces, en el desorden abigarrado de los tejados, que parecen tapices de puro bonito’.
A las tres les sobra historia, y edificios espléndidos, y fiestas. Pero no hay nada como escaparse un día cualquiera, evitando muchedumbres, para descubrir tranquilamente sus rincones pequeños, para perderse sin prisas por estas ciudades de trazados sinuosos.
Cuentan las crónicas que, allá por el año 1.200, el ejército musulmán del reino de Granada llegó a la comarca del noroeste tomando Caravaca, por entonces un lugar fronterizo y despoblado que pretendía ser plaza fuerte del reino cristiano de Murcia.
Sobre el origen de la Cruz de Caravaca circulan leyendas e historias para todos los gustos. Probablemente la trajeron los caballeros templarios de Jeruralén o Constantinopla. A principios del siglo XIII figuraba ya en el escudo de la ciudad, y desde entonces ha sido venerada.
Se dice que guarda en su interior un auténtico lignum crucis, es decir, una astilla de madera perteneciente al leño donde fue crucificado Cristo. A ella se atribuyen milagros, liberaciones de cautivos, conjura de tormentas.
Una peculiar costumbre es el ‘retoque’. Dicen que la cruz bendice todo lo que toca, así que, cuando los fieles compran una, se aseguran de esperar al final de la misa, para pasarla por la superficie de la cruz original. De esta manera, su pequeña cruz queda ‘retocada’.
Lo cierto es que en el santuario de la Vera Cruz se celebra cada siete años un jubileo perpetuo, privilegio que sólo tienen otras cuatro ciudades en el mundo. El próximo año santo, 2010, espera la visita de casi un millón de peregrinos de toda la cristiandad.
Del santuario destaca la fachada barroca, elaborada con piedra de la zona, y el museo que hay en la primera planta, que contiene piezas tan importantes como un retablo de Hernando de Llanes o una casulla con tela de seda musulmana, del siglo XV, la más antigua de la diócesis de Cartagena.
En verano hay visitas nocturnas al castillo-santuario, ambientadas en pleno siglo XVIII, con un recorrido que traspasa el recinto amurallado y llega hasta el barrio medieval, con sus callejas empinadas.
Subir a la torre del Conjuro permite una vista espléndida de la ciudad. Entre los tejados destaca la torre de la iglesia del Salvador, obra cumbre del Renacimiento murciano.
Antiguamente, durante toda la época de cosechas se subía la Santa Cruz a la capilla del Conjuro, desde donde se bendecían los campos al amanecer. Esta costumbre se mantiene dos veces al año, en mayo y octubre.
Del templete barroco que hay a la entrada del santuario manan las fuentes que riegan la Huerta de Caravaca. Campos de cereales, esencias, albaricoques… En la llanura verde destacan las pequeñas edificaciones de color azulete, malva y albero. Mirándolas es fácil trasladarse a los sabores de esta tierra del Noroeste murciano.
Crespillos, migas, arroces de la tierra, carnes a la brasa, tartera. Si quieres un buen lugar para probarlos pregunta por ‘El 33’. Es un local sencillo, pero dicen que aquí preparan las mejores verduras a la plancha de todo Murcia. Otro buen lugar para probar comida casera de la comarca es la Hospedería de los frailes carmelitas.
Si eres goloso estás de suerte. La repostería es muy variada. Son famosas las yemas, el machaco y el alfajor, un postre de origen musulmán elaborado a partir de miel, pan frito, nueces y almendras.
Puedes probarlo en la tahona El Horno, donde cuentan que el secreto está en añadirle un poco de cáscara de naranja, anís y canela. Justo al lado tienen un café donde sirven excelentes desayunos.
Del 1 al 5 de mayo se celebran en Caravaca las fiestas de la Vera Cruz, patrona de la ciudad, que están declaradas de Interés Turístico Internacional. Los actos más famosos son la fiesta de los Moros y Cristianos y los Caballos del Vino.
Pero es mejor evitar el aluvión de visitantes y volver otro día. Los terceros domingos de cada mes, por ejemplo, son un buen momento, cuando se celebra el mercadillo artesanal ‘La Corredera’.
La calle Mayor, que un día fue la más importante de la ciudad, fundada sobre el antiguo camino de Granada, acoge los edificios más significativos, como el antiguo convento de las carmelitas, fundado por santa Teresa de Jesús, o la iglesia del Salvador, que cuenta con figuras atribuidas a la única escuela de Salzillo que existió fuera de la capital murciana.
La magnífica portada de piedra de la Casa de la Tercia guardó en su interior durante siglos los paños y banderas que enjaezan a los caballos del vino para su bendición cada 3 de mayo. Justo al lado, la Casa del marqués de San Mamés, que destaca por su rejería, se utilizaba como salón de bailes.
Dejando atrás la calle Mayor se entra en el barrio mudéjar, perfecto para callejear sin prisas hasta el templete barroco del Baño de la Cruz.
Justo debajo hay un abrevadero donde cuentan que el 3 de mayo de 1384 se trajo la Cruz a bañar, lo que acabó con la sequía.
La artesanía local más importante es la ‘orfebrería festera’.
En el taller Lacedemón se han elaborado muchas de las piezas que se utilizan en las fiestas de Moros y Cristianos o en Semana Santa.
Incluso la arqueta en la que está actualmente colocada la Cruz es un diseño suyo. Te sorprenderá.
Camino del sur, a muy pocos kilómetros, es imprescindible hacer un alto en Cehegín, un monumento natural situado sobre una colina. Aunque sólo sea para contemplar la vega desde la plaza del Castillo y para perderse un rato por sus calles con sabor a medina árabe.
Desde siempre tierra de hidalgos, pueden verse todavía muchas casas señoriales, con abundancia de blasones. Algunas de mármol rojo jaspeado, típico de esta zona, como el edificio del Ayuntamiento, que lleva el nombre de Casa Jaspe.
Un poco más arriba del casino, con su espléndida fachada del siglo XVII, está el restaurante El Sol, el más famoso de la localidad. Carne trufada, café frito, ensalada de atún, ‘pero de alcuza’ o pierna de cordero en su jugo son alguna de sus especialidades.
El último domingo de cada mes se organiza el mercadillo ‘El Mesoncico’, un buen lugar para comprar productos de la tierra y artesanía. Son muy conocidos los talleres artesanales de teja y ladrillo de Valentín.
Si tomas la carretera hacia el sur, encontrarás la ciudad de Lorca a orillas del río Guadalentín, que en árabe significa ‘río de fango’.
Es conocida también como ‘la ‘ciudad de los cien escudos’, por la cantidad de escudos nobiliarios que albergan las fachadas de sus edificios.
Un ejemplo fantástico del barroco civil murciano es el Palacio de Guevara. Te encantará su fachada.
La construyó don Juan de Guevara al regresar con fortuna de América, a donde emigró al no obtener la mano de su prima Isabel, que vivía enfrente. Es curioso comprobar que la aldaba de la puerta de entrada se encuentra a la altura de un hombre a caballo.
Otro elemento importante del palacio es el patio, lleno de columnas. En lo alto de la escalera puede verse un cuadro ecuestre de don Juan, con gesto desafiante. Cuenta la leyenda que muchas noches se escuchan todavía los cascos de su caballo subiendo hacia la ‘Sala de los Camachos’, donde su esposa lo obligaba a descabalgar.
Doña Concha Sandoval fue su última propietaria. Al no tener descendencia, a causa de su voto de castidad, decidió donarlo al Ayuntamiento de Lorca. En la parte inferior del palacio se puede visitar una farmacia del siglo XIX, del farmacéutico José Sala.
Detrás hay un parque pequeñito, muy frondoso, un buen lugar para descansar un momento. Justo en la esquina está la oficina de Turismo.
Pregunta por las rutas temáticas del barroco o por 'el tren del tiempo', si viajas con niños.
En justicia, un paseo por ‘Lorca, la ciudad del sol’, o Eliocroca, como la bautizaron los romanos, debería comenzar por una visita a su Fortaleza.
Fue construida en el siglo XIII por el rey sabio Alfonso X, que fortificó la ciudad cuando la conquistó a los musulmanes.
En la Fortaleza del Sol podrás realizar un viaje en el tiempo, entre trovadores y juglares, maestros artesanos y otros personajes de la Edad Media. O incluso conocer al mismísimo rey Alfonso. En verano, además, hay visitas nocturnas que resultan de lo más sugerente.
‘En el balcón sentadas van virando; las horas en la paz de la tarde… Carmen está bordando; Soledad de un rosario las cuentas va pasando…’ Eliodoro Puchel.
Con estos versos del poeta lorquino recibe al viajero el Centro de Visitantes, ubicado en el antiguo convento de La Merced. Se trata de un ‘aperitivo’ de la ciudad. Aquí se puede ver el vídeo: ‘Lorca, taller del tiempo’ y una exposición con algunos de los elementos más típicos de la ciudad.
Descubrirás, por ejemplo, que si quieres llevarte algo característico de Lorca puedes comprar jarapas, una especie de alfombras de colores tejidas de trapos viejos, que antiguamente se utilizaban para colocar bajo el colchón.
O llévate una ‘jarras de novia’, el souvenir más famoso de Lorca. Son de origen árabe, siempre pintadas de blanco y con un ramo murciano dibujado. Según la tradición, para que la boda sea afortunada, han de beber de sus cinco pitorros los novios, los padrinos y el cura.
También la gastronomía tiene en esta ciudad del oeste murciano ejemplos únicos. Comienza pidiendo unos cresprios con alioli de aperitivo. Y después acércate, por ejemplo, al restaurante Casa Cándido, preparan una excelente comida casera de la huerta.
No te vayas sin probar el zarangollo, una especie de revuelto de calabacín, las habitas fritas con jamón, y el trigo, un plato caldoso de cereal con conejo y caracoles. Si puedes, baja a ver sus cuevas subterráneas.
Para endulzar cualquier momento, compra unos chochos, unas bolitas hechas con avellana, canela y limón, y recubiertas de azúcar glas. Los hay de todos los colores, pero los originales son los blancos.
Si estás en Lorca el 8 de septiembre, festividad de la Virgen de las Huertas, podrás probar la olla fresca, una especie de fabada con arroz que se cocina sobre todo ese día.
Otra cita interesante es Espirelia, un festival que cada verano convierte la ciudad en un gran espacio escénico música, arte y danzas del mundo.
La Semana Santa lorquina tiene procesiones muy curiosas, donde desfilan mezclados personajes del Antiguo y del Nuevo Testamento.
Para seguirla, el Ayuntamiento edita un folleto llamado la ‘Orden de la carroza’, aunque lo mejor es preguntar a cualquier lorquino. Casi todos pertenecen desde pequeños a la misma cofradía. Está tan mal visto cambiar, que a los tránsfugas se les insulta llamándoles ‘casacas’.
La muralla medieval tenía siete puertas, cada una protegida por un santo. Hoy sólo se conserva una: el porche de san Antonio. No te pierdas un paseo a lo largo de la calle Cava, donde verás las viviendas adosadas a la muralla, y párate en el conservatorio Narciso Yepes, llamado así en honor del músico lorquino que inventó la guitarra de diez cuerdas.
Termina tu visita en la Plaza de España, un espacio contundente y señorial. Lo primero que destaca es su enorme Colegiata. Cuentan las crónicas que fue construida para un obispado, honor que no llegó nunca a la ciudad por causa de las envidias de Murcia, que interceptaba las cartas de camino a Roma.
Se trata de una de las únicas tres del mundo consagrada a san Patricio, el patrón de Irlanda, cuya bandera se iza cada 17 de marzo. Enfrente, el Ayuntamiento, dividido simétricamente en dos partes. La de la derecha es la original.
Cuando visites la catedral, en la parte de atrás del coro verás un retablo dedicado a la Inmaculada Concepción, que aparece rodeada de angelotes.
Es obra del arquitecto Toribio Martínez de la Vega y en él participó Nicolás, el padre de Salzillo, esculpiendo in situ, sobre el bloque de piedra, alguno de ellos.
Te contamos un secreto. Si miras al retablo, justo a tu espalda, junto a la puerta, encontrarás un interruptor. Púlsalo y el altar de la Virgen se llenará de luces de colores.
Dentro de la catedral hay también un curioso Cristo Resucitado conocido como ‘El Palero’, porque salía de procesión sobre las palas de las chumberas. Es obra de un discípulo de Salzillo y dicen que se salvó de la Guerra Civil porque tiene el puño en alto. Hoy es alcalde de honor de Lorca.
Tanto aquí como en Cehegín o Caravaca se pueden encontrar obras muy importantes del barroco murciano, no sólo de Salzillo, sino de otros autores como José López, Marcos Laborda o Francisco Fernández Caro, que merecen por sí mismas otras rutas, otros viajes. Menos mal que a Murcia siempre apetece volver.
Agradecimiento:
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