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La Costa Azul de los pintores (y VII)
EXPRESO - 23.09.2010
Texto y fotos: Manuel Bustabad Rapa
Musa de pintores, encrucijada irrepetible del arte moderno, la Costa Azul francesa sedujo a genios como Monet, Picasso o Boudin, que montaban sus caballetes entre pinares salvajes y casas de pescadores, y hoy continúa siendo uno de los lugares más cautivadores del mundo. Te proponemos que nos acompañes a un recorrido en cinco etapas por ‘La Costa Azul de los pintores’.
Sexta jornada.- Callejeando por la Ciudad Vieja de Niza; paseo en bateau-mouche
Caminando desde la Plaza de Garibaldi hasta la dársena
La caminata de una hora a través de la ciudad vieja de Niza, iniciada en la Plaza de Garibaldi, con dirección al puerto, se convierte en un aparente deambular para sumergirnos por un momento en este acogedor barrio de pueblo mediterráneo.
Además el hecho de coincidir una mañana laborable en época de ‘temporada baja’ nos permite observar la vida cotidiana sin la marabunta de turistas que se espera en verano.
Porque ya hemos comprobado que los atractivos de esta ciudad, bien dotada de infraestructuras de comunicaciones y transportes, son enormes, sobre todo en cuanto se refiere a la oferta de productos destinados al visitante; tanto en actividades culturales, bien en los terrenos del arte, bien en la gastronomía, como en los deportes náuticos o de montaña.
Sin olvidar su parque hotelero, el segundo de Francia (después de París), su gran Palacio de Congresos-Acrópolis, su amplio calendario de festivales...
Pero la información sobre todo ello podemos encontrarla a través de los cauces habituales de las múltiples oficinas de Turismo de Niza, por eso hoy sólo les cuento nuestras rápidas impresiones de paso que vamos callejeando.
Pasamos al lado de un improvisado (o muy estudiado) comedor en acera escalonada en el comienzo del callejón del Coro, para, inmediatamente, encontrarnos en medio de un mercado callejero de pescado fresco.
Aquí nos llama la atención un lote de chanquetes (o algo parecido), extraíbles sólo dos o tres semanas cada año. También tienen erizos (que tanto cautivaron a Picasso), con etiqueta del restaurante l’Ecailler (el Ostrero).
Se suceden las casas con balcones de bonitas barandillas forjadas, casi siempre con tendal incorporado. Persianas venecianas articuladas. Fachadas decoradas con jambajes pintados y falsas impostas de colores pastel, representando incluso las supuestas sombras.
Y, por doquier, bosques de mástiles y antenas parabólicas.
Varias máscaras de gran formato, expuestas en las calles, nos recuerdan el recién pasado Carnaval, de tanta tradición aquí.
Delante del mismísimo Palacio de los Duques de Saboya (construido a partir del 1559) volvemos a encontrar un mercadillo, esta vez de frutas, que en realidad es un fleco del cercano Mercado de las Flores, con gran actividad esta mañana.
Las calles están llenas de comercios que exhiben sus mercancías en el exterior, desde antigüedades, hasta jabones de colores (y olores), termómetros de colección o teléfonos móviles.
Y en las más amplias, como la Avenida Saleya, las terrazas de los cafés están ya abarrotadas a las diez y media.
Antes de incorporarnos al paseo marítimo tenemos ocasión de contemplar la ‘casa de Adán y Eva’, del siglo XVI, con un altorrelieve en la fachada representando a ambas figuras o, según la tradición popular nizarda, a las frecuentes querellas domésticas de los habitantes del inmueble.
En el Malecón de los Estados Unidos se conserva una fila de casitas de dos plantas con apariencia de muestrario arquitectónico y de colores, que dejan ver, sobre ellas, las fachadas, más altas, de la Rue des Ponchettes.
Siguiendo los malecones Rauba Capeu y Lunel, bordeamos la Colina del Châteauy pronto avistamos la escollera del rompeolas que protege la dársena, para encontrarnos de inmediato en los muelles del puerto.
Sopla una ligera brisa, pero al abrigo de la hilera de casetas apetece tomar el tímido sol de marzo y varias mujeres, sentadas en sillas plegables, charlan o hacen bocetos sin quitarse la bufanda. Nosotros embarcamos en el bateau-mouche.
Paseo en el bateau-mouche- Niza desde el mar
El puerto es pequeño, de buen calado y está situado en el extremo oriental de la Bahía de los Ángeles. El excelente abrigo natural se refuerza con un espigón que lo protege del Sur orientando su bocana hacia el Cabo de Niza, que la resguarda del Este.
Nuestro vehículo es el clásico barco-ómnibus para turistas, con asientos a cubierto y al aire libre. El día, aunque ventoso, y más al apartarnos de la costa, permite viajar a la intemperie.
Enfilamos la bocana dejando a popa la iglesia de Nuestra Señora del Puerto y, una vez rebasado el faro del rompeolas, avistando por estribor el monumento a los muertos de la Gran Guerra, vamos rumbo Oeste haciendo un recorrido paralelo al Paseo de los Ingleses, que nos proporciona espectaculares vistas de la ciudad, enmarcada por la impresionante codillera de los Alpes.
Al regreso, ya rumbo al Cabo Ferrat, descubrimos perspectivas de la costa que nos impactan.
La ocupación de la montaña, que cae casi a plomo hasta el mar, es inverosímil, con las edificaciones ancladas a los cantiles dando la sensación de que sus únicos accesos han de ser forzosamente desde el aire.
Luego comprobamos que casi todas las de primera línea tienen su entrada por la planta más alta.
La ubicación tan especial de muchas de estas casas ha obligado a soluciones constructivas de gran diversidad y desiguales consecuencias, resultando aberrantes algunas y logrando otras efectos de rara belleza, pero todas verdaderamente impactantes.
Descubrimiento de Villefranche desde el mar
El recorrido marítimo programado nos lleva al interior de una pequeña bahía que, entre los montes Boron y Alban por el Oeste y el cabo Ferrat por el Este, con su boca orientada al Sur, no es otra que la conocida y codiciada Rada de Villefranche-sur-mer.
No en vano en su costa se encuentran (o se difuminan) las mansiones de muchas personalidades de los ámbitos de la cultura, del deporte, de la política…, de procedencias y razas de lo más dispar, pero con un denominador común: todos son potentados.
La ciudad de Villefranche, con su casco histórico al lado del puerto, acabó por colmatar de edificaciones la mayor parte de la ladera, con pendientes más exageradas aún que las descritas anteriormente, dejando sólo en la cima una corona verde que enmarca la Fortaleza del Monte Alban.
El tren, de extraordinaria importancia en el desarrollo turístico de esta zona hace cien años, entra en túnel por ambos extremos de la estación, configurando la única explanada horizontal de la trama urbana.
El impactante atractivo de Villefranche desde las montañas
Desde el barco identificamos fácilmente el recorrido de la carretera que discurre en la parte alta de la ladera, sensiblemente paralela a la costa, por la que nos desplazamos hace unos días en dirección a Beaulieu-sur-mer primero y a La Turbie después.
Ya entonces descubrimos Villefranche, pero esta vez desde las alturas, parando en los estratégicos miradores panorámicos, para extasiarnos con su belleza y llevarnos una ínfima muestra con la cámara de fotos.
El regreso a puerto transcurre con la satisfacción de repetir tan buenas sensaciones como a la ida, pero esta vez fijándolas ya en nuestra retina para un deleite que se prolongará aún varios meses más tarde.
Al desembarcar no quedaba más remedio que enfrentarse a la realidad de terminar este bello periplo, con las despedidas y agradecimientos de rigor y traslado al aeropuerto.
Fin de nuestras correrías por la Costa Azul en la Primavera del 2010.
Procede comunicar aquí la próxima cita que programa ya ATOUT-FRANCE:
RENDEZ-VOUS EN FRANCE – 2011
29 y 30 de marzo del 2011 AQUITAINE – BORDEAUX
Etapas anteriores de este viaje por la Costa Azul francesa:
Agradecimientos:
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