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Mira que lo hacen difícil
EXPRESO - 07.06.2010
Ana Bustabad, periodista
Yo es que no puedo entender en qué piensan los arquitectos cuando diseñan esos espacios miserables a los que llaman aseos…
Ayer estaba viendo de nuevo un capítulo de Mad Men, una serie ambientada en los años 60 que trata de las historias de un equipo de publicistas de Nueva York, y me moría de envidia por no haber podido probar un poco de ese glamour, por no haber podido vivir esa época dorada de los creadores de sueños y de las mujeres que descubrían por primera vez la otra cara del mundo.
Una de las escenas que más me envidia me produjo se desarrollaba en un restaurante de moda, de esos donde un camarero vestido de blanco impecable te prepara los cócteles en tu propia mesa.
Cenaban dos parejas y las chicas se retiraron un momento para ir al tocador de señoras -porque a eso no se le puede llamar aseo de ninguna manera-. Y qué tocador, dios mío. Qué lámparas de araña y qué sillones coquetos de piel blanca, y qué espejos y qué amplitud y qué todo.
No pude evitar bajarme de golpe de la nube de glamour, con trompazo incluido, acordándome de esos aseos cutres a los que nos tienen acostumbrados hoy en día. Sin ir más lejos, los de las estaciones de tren de Chamartín y Atocha, en Madrid, que tuve que sufrir ayer por la tarde.
En la inmensa mayoría de ellos no hay quien se remueva dentro. Por lo de pronto tienes que entrar de lado, haciendo filigranas, como los caballos andaluces bien entrenados. Luego moverte con esmero para no llevarte a casa el olor a desinfectante -en el mejor de los casos- o un ejército de gérmenes colgando.
Eso si no es invierno, porque entonces ya tienes que ser experta en malabares para salvar el abrigo o la bufanda de morir contaminados al menor descuido. Si además llevas paraguas, bolsas y maletas entonces la maniobra es para nota directamente. ¿Tanto costará poner un colgador en la pared?
La dignidad, por descontado, es imposible mantenerla mientras una busca alivio con el asa del bolso entre los dientes y el tacón bloqueando la puerta que, cómo no, tiene la cerradura estropeada.
No me digan que no hay que ser roñoso para ahorrar unos pocos metros -que a veces sobran claramente por otro lado- y diseñar esos cuchitriles infectos de los que sólo deseas salir corriendo cuanto antes a una de las miles de tiendas que hay alrededor. A ver si va a ser por eso…
Yo es que no puedo entender en qué piensan los arquitectos cuando diseñan esos espacios miserables. Desde luego que en desahogarse a gusto no creo. Y lo entiendo menos aún si son arquitectas -por lo de las diferencias biológicas, que suele requerir más espacio la cosa-. Mucho cacharro japonés que fija, limpia y da esplendor, y mucho lavabo de diseño, pero poner diez centímetros más les cuesta horrores.
Así que sigo con la duda. Y, ya que me he resignado a no recuperar jamás el glamour aquel de Mad Men, esto por dios que alguien me lo explique.
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