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Peligro a bordo, ¿o no?
EXPRESO - 16.02.2010
Ana Bustabad, periodista
He sido testigo directo de vulneraciones gravísimas de la seguridad en varios de los aeropuertos supuestamente más controlados del mundo…
En estos tiempos en que los controles aeroportuarios son cada vez más farragosos en nombre de la seguridad, deberíamos preguntarnos seriamente si la nuestra está garantizada cada vez que volamos.
O si, por el contrario, las horas perdidas y las agresiones a la intimidad y al honor no sirven de nada.
Yo he sido testigo directo de vulneraciones gravísimas de la seguridad en varios de los aeropuertos supuestamente más controlados del mundo.
Hace poco en el de Ben Gurion, en Tel Aviv, Israel. A pesar de las tres horas que nos llevó sortear escáneres de equipaje y corporales -alguno más de una vez-; del registro exhaustivo a más no poder de nuestras maletas; de que nos prohibieran llevar en el equipaje de mano una bolsa de cookies y otra de chips salados (cerrados y recién comprados en un supermercado local); la cazadora de mi compañero de viaje entró desde la calle al avión sin pasar absolutamente ningún control.
En cualquiera de sus seis bolsillos podía haber llevado un osito de peluche o dos fusiles semiautomáticos. Lo mismo hubiese dado.
Cuando un vuelo hace escala en algún aeropuerto de Estados Unidos no se puede facturar la maleta hasta destino final. Al llegar al país has de recogerla de la cinta de equipajes, sortear un control donde te preguntan su contenido y luego depositarla de nuevo en otra cinta para continuar viaje.
Pues bien, tras el control en el aeropuerto de Newark, mi maleta y yo salimos de la zona de seguridad para, a continuación, volver de nuevo a la cinta sin encontrar oposición alguna. La verdad es que lo hicimos por error, pero habría sido una oportunidad de oro para sabe Dios quién.
En el aeropuerto de New Delhi, en la India, uno de los más desquiciantes del mundo, tuve que superar nueve controles distintos. Uno de ellos, encargado de retirar de mi bolsa de mano elementos peligrosos. A pesar de mis ruegos, de los intentos por convencer al personal de que un encendedor no entraña más riesgo que un zapato de tacón bien empleado, no hubo manera de detener la requisición de todo lo que encontraron: tres mecheros y otras tantas cajas de fósforos.
Pues bien, nueve controles y dos horas largas después, dos peligrosísimos encendedores con su piedra, su gas y todo, embarcaban en el vuelo de Air India cómodamente instalados en mi mochila.
Y digo yo: si un elemento constituye una grave amenaza contra la seguridad, ¿no deberían ser más exhaustivos los controles?
Y si, por el contrario, no entraña peligro real, ¿no deberían evitarnos tantas molestias?
Con menos de media hora de diferencia, el mismo arco de seguridad del aeropuerto de El Prat, en Barcelona, España, determinó que mi cinturón, mis zapatos y mi reloj eran peligrosos y debían superar el escáner, y que no lo eran y podían pasar tranquilamente sin pitar ni nada. Ya me dirán.
En el aeropuerto de Barajas, en Madrid, he visto cómo a una anciana que viajaba a la playa le requisaban unas tijeritas del neceser.
Son un artículo prohibido a bordo, claro. Pero en el vuelo que iba a coger se utilizan cuchillos de metal en primera clase.
Lo peor de este caso, sin embargo, fue el modo en que trataron a la pobre señora, como si fuese una delincuente. Hasta la hicieron ponerse colorada. ¿Hay que utilizar el mismo celo con todos los viajeros? Creo que pasarán algunas generaciones antes de que exista alguna venerable ancianita de Segovia dispuesta a inmolarse en pleno vuelo.
No sólo me preocupa que existan fallos graves en la seguridad, que también. Lo que más me indigna son semejantes incoherencias en los sistemas de control, que hacen sospechar que todo es una pantalla de humo dirigida a tranquilizar a la población.
Desde luego, preferiría ahorrarme tantas horas perdidas en controles defectuosos, tantas vulneraciones de la intimidad y el honor. Que reconozcan que a bordo de un avión no pueden garantizarnos nada. O que comiencen de una vez a optimizar los sistemas de seguridad para que sean realmente útiles.
Mientras, habrá que consolarse con los aspectos positivos de la cuestión, pero de momento no se me ocurre ninguno. A menos que instalen bancos en las colas del aeropuerto, para aprovechar el tiempo leyendo. O que hagan un casting de señores macizos para integrar los cuerpos de seguridad encargados de los cacheos. Que también.
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