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La lucha inmensa de Mandela
EXPRESO - 02.07.2013
Ana Bustabad Alonso, periodista
Luces y sombras dibujan la silueta de una ventana enrejada en esta pared desnuda que podría ser cualquiera. Pero no, se trata de un lugar muy especial. Hoy una atracción turística…
Hace tiempo escribí estas líneas en el blog de un amigo. La lucha de Mandela por su vida me ha recordado otra batalla inmensa cuya victoria no le podrán arrebatar, la de la libertad.
Luces y sombras dibujan la silueta de una ventana enrejada en esta pared desnuda. La luz del sol se cuela brillante, cálida, por entre las rejas de una ventana que podría ser cualquiera, rompiendo el negro rugoso y frío de una pared que también podría ser cualquiera.
Pero no, se trata de un lugar muy especial. Hoy es una atracción turística, un símbolo de la lucha por la libertad en todo el mundo. Sin embargo, durante 20 largos años, sólo el sol podía entrar y salir libremente por entre los barrotes de esta celda de la prisión de Robben Island, en Sudáfrica.
Bueno, no sólo el sol. También salían los sueños de libertad y justicia de uno de los iconos del siglo XX, el preso 46664, Nelson Rolihlahla Mandela. Y entraban los ecos de los jóvenes de los poblados negros de Ciudad del Cabo, que continuaban fuera la lucha, y el apoyo de millones de personas en todo el mundo.
A través de un corredor estrecho se llega a esta celda minúscula. ‘Tenía vista al patio y una pequeña ventana, y podía caminar el largo en tres pasos. Cuando me echaba, podía sentir una pared con mis pies y mi cabeza tocaba el otro extremo’, escribió Mandela en su autobiografía Largo Camino a la Libertad.
Resulta difícil imaginar la desesperación y la impotencia que sintió tras esos barrotes perfectamente simétricos, desesperadamente rígidos: ‘En prisión, uno está frente a frente con el paso del tiempo. No hay nada más aterrador’, anotó.
Y, sin embargo, Mandela nunca se comportó como un prisionero. Ni por un minuto lo abandonó la dignidad de quien lucha por lo que cree.
Finalmente, su lucha pacífica logró derrocar el apartheid en Sudáfrica. Premio Nobel de la Paz en 1993, un año más tarde el preso 46664 se convertía en el primer presidente negro de su país y elegía tender la mano a la minoría blanca que lo había encarcelado.
Hoy, Mandela es un símbolo de la lucha por la libertad en todo el mundo. Esta imagen del fotógrafo Manuel Charlón, también. Porque ha sabido sustraerse a la obviedad y captar la luz, la única libre entre estos barrotes. La luz y la sombra. La soledad y la esperanza que se dibujan mezcladas sin remedio en la pared desnuda.
Una metáfora de las rejas que se ven, y de las que (más a menudo) no se ven. De las que tantas veces formamos artificialmente a nuestro alrededor. Para no ver. Para no sentir. Para no implicarnos. Para no volar. Para esconder el miedo. Para no luchar. Para no morir. O, lo que es lo mismo, para no vivir.
Durante el juicio que lo llevó a la cárcel, Nelson Mandela declaró:
‘Durante toda mi vida he buscado el ideal de una sociedad libre y democrática, en la que todas las personas vivan juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal por el cual espero vivir, y que espero alcanzar. Pero, si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir’.
Quizá mirando esta ventana descubramos también nosotros que no hay rejas suficientemente fuertes para encarcelar un sueño, ni celdas tan cerradas en las que no pueda entrar un rayo de sol.
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