Antequera, un alto sabroso en el nuevo camino de Paradores

EXPRESO - 11.02.2011

Texto: Ana Bustabad; Fotos: Federico Ruiz y Costa del Sol/José Hidalgo En el interior auténtico de Andalucía, el Parador de Antequera ha sido siempre una de las paradas más sabrosas de camino a la costa

Texto: Ana Bustabad; Fotos: Federico Ruiz y Costa del Sol/José Hidalgo

En el interior auténtico de Andalucía, el Parador de Antequera ha sido siempre una de las paradas más sabrosas de camino a la costa. Desde hace un par de años, además, es un alojamiento ecoenergético que atrapa el sol malagueño y lo convierte en motor de una cocina que mantiene y mejora los sabores de toda la vida.
Es este precisamente uno de los mejores ejemplos de las rehabilitaciones que Paradores está llevando a cabo en su red. El blanco limpio de sus exteriores, incluida la moderna celosía que enmascara las zonas menos nobles, se cuela hasta la cocina, conformando espacios tan luminosos como el restaurante La Vega, un espectáculo de lámparas cónicas que se pierde hasta el infinito o, más bien, hasta la interminable cristalera que circunda la sala.
La sobriedad cromática de la decoración, en blanco, tostados y parquet color chocolate, se rompe aquí y allá con puntos de color. Las flores fucsia y anaranjadas del restaurante, los butacones de diseño de la entrada, que aportan pasión y frescura al conjunto e integran sin esfuerzo el rojo de elementos más prosaicos como extintores y señalizadores de seguridad.
O el naranja de las lámparas de mimbre que te reciben a la puerta del Parador de Antequera, y salpican también la terraza blanca de la cafetería. Y la estrella indiscutible del hotel, un enorme flexo a juego que sirve de icono y referencia visual desde casi cualquier punto del edificio.
En las habitaciones se ha respetado la identidad de Paradores con el doble seno de los lavabos, la variedad de amenities de calidad distintiva de la cadena, y un espacio funcional y bien pensado que incluye puntos de conexión más que suficientes para todos los cacharros tecnológicos que acompañan al viajero, una mesa de trabajo extensa, y Red inalámbrica gratuita, como en el resto del establecimiento.
Tras el seto del jardín, donde crecen a medias naranjos y limoneros, palmeras, y un césped bien cuidado alrededor de la piscina, se esconde la vista de la Vega, que alcanza los mejores horizontes desde la muralla de la ciudad. Un poco más allá, el Paseo García del Olmo, una agradable zona ajardinada justo al lado de la plaza de toros, uno de los emblemas arquitectónicos de Antequera.
Por aquí pasa la Ruta de Washington Irving, una arteria vital de las rutas de El legado andalusí. El itinerario revive el camino que hizo en 1829 el romántico escritor norteamericano que le da nombre, fascinado por el exotismo y la exuberancia de los vestigios árabes de Andalucía.
Se trata de un camino histórico, revitalizado ahora para el turismo por la Junta de Andalucía, que en la Edad Media sirvió de importante vía comercial entre el reino nazarí de Granada y los dominios cristianos, y que incluye en su trayecto a las localidades de Antequera y Mollina.
Antequera, la eterna fronteriza entre reinos moros y cristianos, que ganó para sí hace ya seis siglos la Corona de Castilla, un día de Santa Eufemia, presume de ser la ciudad con más iglesias de toda España. Entre ellas destaca la Real Colegiata de Santa María la Mayor, con su impresionante fachada renacentista, y la iglesia de San Sebastián, que comparte plaza con el Arco del Nazareno y la fuente de 1545.
Desde casi cualquier punto de la ciudad se divisa la Peña de los Enamorados, una enorme roca que recuerda al perfil de un indio y es el símbolo de Antequera. Entre las cosas que no se puede perder aquí el viajero están el Efebo de Antequera, una deliciosa escultura de bronce que se puede ver en el palacio de Nájera, sede del Museo Municipal; el castillo del Reloj Papabellotas, el Arco de los Gigantes, o la plaza del Portichuelo.
Tentación permanente para los reyes castellanos, Antequera capituló ante el asedio del Infante don Fernando en 1410, como cuenta el Romancero Fronterizo ‘(…) sujeta a reino ninguno, que a quien quiere se sujeta, tan leal para su Rey y libremente mostrenca, la que por sus muchos timbres, por gracias y preeminencias, no permite que sus hijos paguen pechos ni gabelas, portazgos y almojarifes, como la Fama vocea que es la Antequera la noble, centro de honor y nobleza’.
El Parador de Antequera necesita al menos dos noches para descubrir desde aquí los muchos encantos de estas tierras malagueñas que a veces pasan desapercibidas al viajero, no sólo en la ciudad. Por ejemplo, los tres dólmenes de las cuevas de Menga, Viera y el Romeral, edificados dos mil años antes de Cristo, son hitos funerarios colosales del Neolítico, que indican el origen remoto de esta ciudad andaluza.
A trece kilómetros, bien señalizado desde la plaza de Toros de Antequera, se encuentra el sorprendente Torcal, paraje fantástico de piedras caprichosas cinceladas por el agua y el viento que sorprende aún más si esperas allí el amanecer. Sus calizas jurásicas recuerdan al viajero imágenes reales y sobrenaturales en la ruta verde, un itinerario de poco más de media hora a través del tiempo.
Muy cerca también, a unos veinte kilómetros por la A-92 en dirección a Sevilla, está Fuente de Piedra, refugio natural de flamencos rosa en la laguna de la Ratosa, y cuna de trigales, pinares como la Sierrecilla, y paisajes tapizados de girasoles.
Y el Caminito del Rey en el desfiladero de los Gaitanes, y el Lobo Parque… Las propuestas son muchas, sin olvidar la cercana Málaga, ciudad picassiana y apetecible capital de una Costa del Sol que ofrece mucho más de lo que uno ya imagina.
Antequera es sabrosa ya desde por la mañana, cuando te despierta el apetito con sus molletes pringados de aceite del bueno. Te conquista sin remedio con la Porra antequerana, a base de pan, tomate y pimientos, majados y sazonado con aceite de oliva, vinagre, ajo y sal. O con el clásico Pío, que acompaña a las hebras de bacalao seco con gajos de naranja, cebolleta, pimiento y aceitunas negras.
Y te rinde al fin al postre con un Bienmesabe, delicado dulce de origen árabe a base de bizcocho, almendras, canela, cabello de ángely almíbar. O con las torrijas y los pestiños de su Semana Santa, o los navideños mantecados que recuerdan a los de la cercana Estepa, ya en tierras sevillanas.
Por eso la gastronomía es uno de los puntos fuertes de este parador. En la cafetería El Efebo, o en la propia habitación, si se prefiere, esperan a cualquier hora los deliciosos molletes para empaparse de aceite, o de zurrapa de lomo, o untarse de sabroso paté ibérico, o rellenarse con un jamón de bellota de esos que quitan el sentío.
Molletes que, por cierto, se pueden preparar de tantas maneras que el Ayuntamiento de Antequera ha editado un libro con 50 recetas que se puede adquirir en la propia tienda del parador, donde también venden los famosos aceites de la zona.
Pero el punto fuerte de su cocina sigue siendo la Porra antequerana. Lo mismo da que sea al mediodía, o en la cena, incluso en las pequeñas cazuelas del buffet desayuno, siempre está presente en la carta del parador.
En el excelente restaurante esperan, además, otras delicias de la cocina regional, como la Sopa de bacalao con almendras, el Morcón antequerano, o la Porrilla, un guiso tradicional a base de espinacas y garbanzos con huevos de corral.
Fuera del parador, te encantará la cocina casera del Coso de San Francisco, una casa típica antequerana, con su patio andaluz y todo, en pleno centro. Está en la calle Calzada, junto Mercado de Abastos, en una zona de ‘tapeo’, y muy cerca de los monumentos más emblemáticos de Antequera.
Pero la gastronomía de Antequera no sería la misma sin los aceites de Hojiblanca, sin los vinos de la cercana y entrañable Mollina de blanco y albero que conserva la calma y la afabilidad de la vieja Andalucía, rota solo por el bullicio del Centro Eurolatinoamericano de Juventud, su Ceulaj.
Desde Antequera a Mollina se llega enseguida por la A-92, en sentido a Sevilla. Merece la pena perderse un rato por sus callejas de casitas encaladas, sentarse a charlar sin prisa con los vecinos de este municipio amable, sin olvidar una parada en la tienda de su cooperativa Virgen de la Oliva, del grupo Hojiblanca, para llevarse de primera mano sus aceites o los vinos de las Tierras de Mollina.
Pero nadie puede presumir de haber estado en Mollina si no ha tomado un café bomboncito en el Bar Reyes, que está en la plaza de Málaga, muy cerca del Ceulaj; o si no ha tomado una copa en el Paco’s Pub, dos lugares donde tantos buenos ratos hemos pasado con nuestro amigo Ildefonso.
Además de las imprescindibles chacinas elaboradas aún al modo tradicional, y de los dulces más típicos como pestiños, borrachuelos o magdalenas que se pueden saborear aquí todo el año, en Mollina merecen especial atención las sabrosas gachas de mosto, típicas a finales de verano, cuando se recoge la uva, y sus vinos, Carpe Diem, Montespejo o Gadea, el primer tinto joven con Denominación de Origen Sierras de Málaga.
Precisamente el segundo fin de semana de septiembre, Mollina celebra la Feria de la Vendimia, una fiesta en honor del noble oficio al que tanto deben estas tierras. El momento más importante de la feria es el Pregón Inaugural del viernes por la noche, pero no conviene perderse el Certamen poético Mollina, las catas de vino maridadas, el paseo urbano en bicicleta con adornos alusivos a la vendimia, la carrera de cintas a caballo, la feria de día ni las verbenas nocturnas.
Si de fiestas se trata, la propia Antequera tiene también muchas citas curiosas a lo largo del año, y aunque el parador suele tener muy buenas ofertas, en las fechas señaladas conviene reservar con tiempo para no quedarse sin plazas.
Aquí se celebra en pleno verano la Real Feria de Agosto, creado en 1748 por Fernando VI, a la que suelen preceder los festivales de blues y flamenco. Y la Feria de Primavera, sólo un año más joven que la de Sevilla; y la Semana Santa, una de las de mayor raigambre en Andalucía, declarada de interés turístico nacional, que destaca por la calidad de sus tallas barrocas.
Una tradición especial es correr la Vega, que consiste en llevar los pasos a sus templos subiendo a la carrera las empinadas cuestas de la villa, las madrugadas del Jueves y el Viernes santos. También merece la pena acercarse a la Semana Santa de Archidona, la más famosa de la comarca, que alcanza sus mejores momentos la mañana del Viernes Santo.
Llegar a Antequera es fácil, porque está muy bien comunicada. En coche, la autovía A-92, que se inauguró en aquel año mágico para España, pasa por aquí uniendo Sevilla y Málaga. Si se viaja en tren, se puede elegir entre dos estaciones, la de Antequera, o la nueva de Santa Ana, donde paran los ferrocarriles de alta velocidad.

En ese o en otro momento del año, del Parador de Antequera hay que despedirse con un hasta luego. El personal, profesional como siempre en Paradores, conquista aquí la vuelta del viajero con el trato cordial y abierto que nunca falta en las tierras malagueñas.
 

Comentarios

Jose Maria (no verificado)

Muy bonita la descripción que haces de este lugar .¡¡ Enhorabuena !! Un saludo Ana