Pistas para una escapada fresquita de verano a Sevilla

EXPRESO - 10.08.2012

Texto y fotos: Federico Ruiz de Andrés y Andrea Ruiz Camazón

¿Calor? Los termómetros sobrepasan todos los cálculos, las imágenes en televisión casi espantan, y desaniman al viajero poco avezado a conocer Sevilla en verano. Pero esta ciudad única, capital del sur de España, esconde muchos secretos refrescantes, muchas propuestas heladas con las que combatir las altas temperaturas.
Sevilla apetece los doce meses de cada año, y queremos vivirlo y contarlo, para que a nadie le queden dudas. Este es el resultado, aquí van unas pistas tonificantes para que cualquier viaje de verano a Sevilla se convierta en una escapada fresquita.
Venimos del norte, y esta vez optamos por una fórmula descansada, y por supuesto con aire acondicionado, el ferrocarril. Con el consabido transbordo Chamartín-Atocha, la capital madrileña nos pone rumbo a Sevilla Santa Justa vía AVE.
Hemos pensado en un hotel céntrico, para favorecer los desplazamientos a pie y no perdernos nada de lo que la capital de Andalucía nos propone. Coqueto, repleto de curiosidades históricas, con una rehabilitación y un servicio impecables, la Casa Sacristía Santa Ana va a ser nuestro alojamiento ideal.
Integrante de la Asociación de Hoteles de Sevilla, se llama así porque ubica en una antigua sacristía del siglo XVIII, convertida ahora en hotel de tres estrellas en pleno centro histórico de la ciudad, en la Alameda de Hércules.
Esta plaza, el mayor paseo de Sevilla ya desde el siglo XVI, luce ahora recientes tropelías urbanísticas que han hecho que se muestre a medio camino entre plaza dura y pastiche incalificable. Nuestro taxista tiene un nombre para definirlo: ‘desastroso’.
Eso sí, varios establecimientos hosteleros se han asentado aquí y ofrecen cosas ricas y a buen precio. Ejemplo de ello es el bar Las Columnas, que funciona como autoservicio y que resulta ideal para tomar una cervecita en su terraza o cenar sin hora cualquiera de estas noches.
La siesta es muy importante en verano. Y en La Sacristía se la duerme perfectamente. Con ella reencontramos el vigor para afrontar lo que queda del día y lo que la noche nos traiga.
Wifi gratuita y televisores de pantalla plana conviven aquí perfectamente con los delicados cabeceros pintados a mano, con las telas preciosas de los cubrecamas, con piezas únicas que salpican sus habitaciones y las estancias que rodean su patio sevillano.
Salimos apresurados a comprar nuestra Sevilla Card, una buena manera de disfrutar la ciudad ahorrando dinero. Se trata de una tarjeta chip de 24, 48, 72 o 120 horas que integra una amplia oferta cultural y de ocio y que nos ofrecerá, además, acceso preferente sin hacer colas, por ejemplo, en nuestra visita a la Catedral.
Otras ventajas son la entrada incluida a todos los museos; visitas en barco o autobuses turísticos, el Sevilla Tour o Sevirama; compras con rebajas y regalos en las principales tiendas; y también importantes descuentos en los mejores restaurantes y tablaos flamencos.
Buscamos una Sevilla fresquita. Así que antes de nada optamos por una ruta fluvial. Cruceros Torre del Oro nos propone descubrir el Guadalquivir: un río grande y milenario, romántico y legendario. El río de los conquistadores de América, el único río caracterizado como ‘navegable’ de España.
El crucero tiene salidas cada media hora durante todo el año a partir de las 11h y hasta las 23h desde el muelle del Marqués del Contadero, al pie de la Torre del Oro. La propuesta abarca una hora de navegación, con vistas de la Sevilla clásica y la Sevilla moderna, comentada en varios idiomas.
Desde cubierta contemplamos la Plaza de Toros, los puentes antiguos, el barrio de Triana, los pabellones de la Expo 92 y de la Exposición Iberoamericana del 29, las torres de la Plaza de España, el Monasterio de Santa María de las Cuevas, donde Colón planificó su viaje descubridor, los originales puentes y mucho más…
Vemos, también, la afición por las canoas que Sevilla desprende y, cómo no, la afición por poder zambullirse en las aguas del Guadalquivir, un rito que muchos sevillanos ejercitan en determinadas zonas del río.
De regreso a tierra, apetece que la brisa del atardecer nos siga dando en la cara, y el bus turístico es una opción interesante, una visión ciertamente completa de la ciudad que nos lleva hasta Triana, un barrio al que pronto volveremos con más tiempo.
No puede faltar, eso sí, una parada en la Plaza de España, que reverdece en la tarde sevillana, y una oportunidad para saciar nuestra sed en cualquiera de los quioscos de bebida que la rodean. ¡Todo a un euro!
Llega la noche y es el momento de darnos un homenaje gastronómico fresquito. Hoy elegimos uno de los lugares más afamados de Sevilla, y con razón, La Taberna del Alabardero.
El restaurante se sitúa en el corazón de Sevilla, en la misma Plaza del Ayuntamiento, en un edificio del siglo XIX que fue casa del poeta J. Antonio Cavestany. Aquí nació, vivió y murió el autor de las más bellas poesías románticas de Sevilla publicadas ‘a la sombra de la Giralda’.
Nos cuentan que La Taberna del Alabardero pertenece al Grupo Lezama, dedicado desde hace más de 35 años a la creación de ‘singulares y destacados establecimientos de restauración en nuestro país’. Llegó la marca a Sevilla en 1992, en la mansión señorial que a lo largo de los años ha ido perteneciendo a importantes familias de la sociedad sevillana.
Su chef-gerente, Juan Manuel Marcos, ofrece cocina de mercado, con cuatro cartas distintas durante el año, según las temporadas. Ingredientes de calidad, a base de productos locales, de recetas tradicionales que no olvidan la innovación.
Salimos refrescados, después de dar buena cuenta del Ajoblanco con sorbete de mango y boquerón, de sus Langostinos de Huelva con guacamole, de su Cherna a la bilbaína o del Pato a la parrilla con mango, sin olvidarnos del postre, una excepcional Tarta al whisky.
La luna está ahí arriba y nada mejor que reconocerla desde las alturas. Hay que encontrar una terraza desde la cual poder echar un vistazo a la Sevilla entregada ya a la noche. Al fresquito.
Nos vamos al Hotel Inglaterra, que dicen tiene una de las terrazas más interesantes de la ciudad. La Plaza Nueva acoge este hotel, todo un clásico en Sevilla. Su director, Manuel Otero, ejerce de cicerone y nos muestra esta terraza en la sexta planta de vistas impresionantes, música chill-out, y cócteles perfectos para las noches del estío sevillano.
Visitamos luego otra terraza más modesta, pero con excelentes vistas a la Giralda iluminada. Es la del Hotel Murillo, frondosa con sus macetas de geranios colorados en lo alto del barrio de Santa Cruz, en la calle Lope de Rueda.  
Muy cerca, el Guadalquivir con sus orillas de noche repletas de bares, terrazas, quioscos, discotecas de verano, desde el Parque de Mª Luisa hasta el Puente de la Barqueta. Hoy preferimos tomarnos un ‘Agua de Sevilla’ en la vieja Carbonería, una casa palacio en la calle Levíes, lugar mítico de charlas y música.
Regresamos a la Alameda. Nos esperan los ‘doce trabajos de Hércules’, que la Sacristía de Santa Ana ha recreado en sus habitaciones, en cada estancia, con parajes, episodios, personajes.
Tras un sueño reparador y un desayuno con vistas a la calle, la calima asoma ya a la acristalada sala de desayunos, así que antes de que nos atrape Lorenzo salimos hacia los jardines de los Reales Alcázares, uno de los lugares más refrescantes de esta ciudad.
Declarado Patrimonio de la Humanidad en 1987, una designación que también incluyó a la Catedral y al Archivo de Indias, el Real Alcázar de Sevilla comprende todo un conjunto de edificios palaciegos rodeados por una muralla.
Su construcción empezó en la Alta Edad Media y las obras han abarcado a lo largo de la historia diferentes estilos, partiendo del arte islámico de sus primeros moradores, al mudéjar y gótico del periodo posterior a la conquista de la ciudad por las tropas de la Corona de Castilla.
Gusta el fresquito que aquí hace. Nos arrimamos a las sombras, paseamos por sus estancias tan livianos de ropa que ya hay quien piensa en ‘echarse una rebequita’ a los hombros.
Renacimiento y barroco también han dejado aquí sus huellas. Nos explican que este recinto ha sido utilizado habitualmente como lugar de alojamiento de los miembros de la Casa Real Española, así como de ilustres invitados y jefes de Estado de visita en la ciudad.
Maite, que es guía, nos cuenta que está considerado como ‘el hermano gemelo de la Alhambra’ y esa es la pura verdad. Yesos, artesonados, marqueterías y mosaicos atestiguan escrituras de alabanzas a Alá. La impronta cristiana dejó su huella en la infinidad de castillos y leones que engalanan estructuras arquitectónicas; así como los vistosos tapices de la Real Escuela.
Pero son sus jardines los que dan un profundo respiro de paz y frescor a nuestro paseo. Palmeras que se elevan por decenas de metros, magnolias laureles de colores y hojas perfumadas, sus naranjos y limoneros, los setos de boj, los pétalos de rosa, las increíbles enredaderas.
Nos llegan aromas de lirios, de mirtos, de acantos y romero que escoltan las variadas fuentes y glorietas. Entretenidos con sus fuentes forradas de azulejos, con los muros cubiertos de naranjos en espaldera, llega el mediodía.
El gaznate pide una buena caña de cerveza, así que nos perdemos caminando por este Barrio de Santa Cruz. Una gran oferta para calmar la sed se reparte por las numerosas callejuelas que rodean al Real Alcázar, unidad urbana de estrecheces y vericuetos que forman uno de los rincones más encantadores de la ciudad del Guadalquivir.
Lo sabe bien Francisco, experto barman sevillano, que ha visto pasar por su negocio a múltiples peregrinos del buen beber y, cómo no, del buen comer, de las tapitas y las raciones que en Sevilla son arte.
Ahora buena parte de las antiguas casas han visto modificado su destino, y acogen tiendas de artesanía y tipismo, pequeños hoteles con encanto, bares de buena bodega. Y todo salpicado con las recoletas vistas que surgen del entramado urbano. Sobre todo las del gran icono de Sevilla, la Giralda.
El aperitivo de Santa Cruz no ha hecho sino abrirnos el apetito. Por la sombra, algo muy sencillo en esta zona de la ciudad, llegamos finalmente a la Plaza de la Encarnación.
Queremos visitar el Metropol Parasol, donde el arquitecto germano Jurgen Mayer imaginó sus extraños objetos arquitectónicos que se asemejan a las estructuras de los seres vivos.
La propuesta de esta intervención en Sevilla mereció la medalla de bronce en los premios Holcim de 2005, un reconocimiento para aquellos proyectos que ‘contribuyen a un futuro sostenible y mejoran la calidad de vida’.
El Metropol, que los sevillanos llaman las setas de la Encarnación, es una estructura vanguardista con seis grandes columnas en forma de seta, de diseño inspirado en las bóvedas de la catedral sevillana y en los enormes árboles de la especie ficus macrophylla situados cerca de la construcción. Y verdaderamente su obra deja a pocos indiferentes.
Este complejo de dimensiones espectaculares e inversión no menos importante acoge un mercado, locales comerciales, una plaza elevada en la que se suceden varios espectáculos, un espacio museístico, el Antiquarium, que nos conquista con los restos romanos encontrados en este espacio, y una enorme pasarela-mirador en lo alto.
La terraza es una preciosidad que nos permite contemplar Sevilla en 360 grados de visión y, lo más importante hoy a más de 40ºC, aquí está el refrescante Gastrosol, uno de los espacios de moda para tapear o quedarse de copas hasta bien entrada la noche.
Para nosotros es todo un oasis. Sentados a la sombra, con vistas sobre los tejados sevillanos y una copita de Satinela, un estupendo blanco semidulce bien fresquito, vamos dando cuenta de un Jamón ibérico de lujo, Ensaladilla alicantina, unas Croquetas de jamón, otras de rabo de toro. En el Gastrosol todas las tapas se elaboran con los productos más frescos de temporada, que llegan directamente desde el mercado de la planta baja. 
Hay más sorpresas. Las Albóndigas de buey; unos Garbanzos marineros con langostinos y almejas; un Canelón de rabo de toro, el original Yogur de foie con membrillo y pan de fresas.
Nadie puede irse de aquí sin probar su presa ibérica, con una elaboración propia y muy interesante. La conjunción de un huevo frito, un guiso de ibérico y setas, todo para ser revuelto en el plato por uno mismo. Ahí, nos explican, se encuentra el secreto.
La despedida llega de la mano del siempre apetecible Nespresso, que nos devuelve a la realidad desde estas alturas y nos empuja ya a la siesta soberana, un precepto riguroso de cada tarde veraniega. El paseo hacia La Sacristía se nos hace bien corto. Aquí se disfruta bien el verano. A la fresca.
La tarde de Sevilla nos espera en la entoldada calle Sierpes, y en las decenas de terrazas que aguardan el crepúsculo refrescando a los clientes con el agua vaporosa que gotea desde los toldos. Como en la Expo.
Precisamente en la Isla de la Cartuja se encuentra una de las visitas más líquidas de la ciudad, la del Pabellón de la Navegación. Un recorrido por la historia de Sevilla, una ciudad oceánica que provocó el encuentro entre dos continentes, y desde donde se circunnavegó por primera vez el mundo.
La Torre Mirador, con vistas al presente y al pasado de la ciudad, rodeada de agua dulce, trae hasta aquí el aroma a salitre de los océanos, mientras en el gran espacio expositivo se calientan ya motores para la visita del Titanic, el próximo otoño. 
De nuevo el Guadalquivir, la marca sevillana. Un salto y pasamos a la otra orilla. A la vieja Triana, un barrio que luce ahora esplendoroso y afable. Popular, con casta. Nos encaminamos a la calle Castilla, una de las arterias del barrio. En su número 1, el restaurante Casa Cuesta
Parada obligada de artistas, toreros y escritores, es toda una leyenda de la restauración sevillana. Nos cuentan que nació en 1880 para vender vinos y, desde entonces, los fogones de esta institución hostelera del Aljarafe, de decoración taurina y aire vintage, sigue deleitando a vecinos y viajeros con platos llenos de cultura andaluza.
Frente al calor, salmorejo. Y aquí nos llega con el apellido ‘de Triana’. Casi nada.
La carta recoge propuestas como el Bonito al ajoarriero, el Bacalao con tomate, la Brocheta de mero, la Cazuela Tío Diego o la afamadas Espinacas con garbanzos que Sandra, una joven decoradora sevillana de la mesa contigua, nos define como ‘las mejores de toda Sevilla’. Paco, su acompañante, apunta también una conclusión a la que llegamos todos juntos: su Cola de Toro… impresionante.
La terraza de Casa Cuesta bulle cuando llega la noche y la brisa del río refresca Triana. Los guisos caseros, las especialidades andaluzas, salen de su cocina y van reposando ante los comensales: aquí una carrillera ibérica, allá unas espléndidas coquinas. Más allá fritura de pescado, los revueltos, el jamón…
Un café con hielo y de vuelta al centro histórico cruzando el Guadalquivir, que a estas horas parece entregado ya a sus sueños. Sin darnos cuenta, el día ha dado paso a una noche estrellada que invita a caminar.
Que nadie lo dude, la frescura de Sevilla en agosto es toda una realidad. Las calles retienen apenas el riego-maná que los servicios de limpieza repiten cada poco, luego dejan que el agua se evapore en dirección a la luna.
La misma que nos alumbra en la terraza de la Alameda de Hércules. La quietud reina en el hotel Sacristía, nuestra casa sevillana. Aunque hoy da pena regresar al hotel porque hay muchas más Sevillas que están ahí, justo al lado. Más Sevillas frescas de agosto.
La Renfe nos espera temprano mañana y hay que retirarse. Pero son doce meses los que nos aguardan en esta ciudad única. Volveremos.

Comentarios

josé salgueiro (no verificado)

Muy tentadora Sevilla. Las fotos, estupendas. Particularmente me quedo con esa selva a través de la verja.
Saludos